Se termina un fin de semana más
largo de lo habitual. Estás en casa, intentando concentrarte sumergido en las páginas
de un libro que ha tratado, en vano, de sustituirla en tus pensamientos. Ni
siquiera has llegado a olvidarte del último café compartido, hace ya
unas cuantas semanas, hipnotizado por su atractiva manera de recogerse el pelo
y calado hasta los huesos por su envolvente sonrisa, mezcla de mujer misteriosa
y niña traviesa. Entre párrafo y párrafo de la novela, una imagen fugaz del lunar de su
cuello trastorna la escasa atención a esa página interminable, perdiendo el hilo para retornar con tu mente a aquella tarde de felicidad. Decides
abandonar la lectura, con la idea de reflejar sobre un papel todo lo que no le dijiste
cuando estaba a medio metro de tu apocado discurso.
Pones música suave, enciendes el
portátil y te preparas para escribir ese enjambre de pensamientos que protestan
alborotados, deseando salir de tu cerebro. Estás convencido de que la cobardía
y el silencio de aquel encuentro van a ser restañados ahora, con palabras
precisas y frases sinceras, desnudando un sentimiento que saldrá a la luz
parapetado tras la pantalla de un ordenador y protegido por la distancia entre ambos.
Piensas que te importa poco, con tal de que ella lo lea en algún momento y
conozca el motivo de tu insomnio…
Los dedos acarician el teclado,
deseando saltar ágiles de letra en letra y construir un texto convincente que
refleje todo lo que has sentido estando a su lado: lo mucho que admiras su
optimismo y la manera vitalista de enfrentarse a la vida, la infantil timidez con
la que desequilibra tu seguridad, lo apasionante que resulta vivir en una
montaña rusa de ilusiones y esperanza, la magnética sensualidad de sus labios…
Tienes toda esa teoría esperando impaciente para escaparse por la punta de tus
dedos, pero la pantalla sigue en blanco, irradiando una molesta luz que hace
que parpadees y, desanimado, te levantes a buscar la inspiración en el fondo de
un vaso de bourbon.
Recuperas tu posición ante el
vacío, ahora con el tintineo de los hielos acariciando el cristal de esa copa
que te ha inyectado confianza. Todavía crees que serías capaz de obtener un
sobresaliente, pero ya empiezas a conformarte con el aprobado en ese autoexamen
de redacción. De pronto, aterriza una idea brillante, adecuada para un inicio que pueda
captar su atención, seguida por un párrafo contundente en el que empiezas a dar
muestras de tus intenciones. Una lectura rápida con el ceño fruncido analiza
el resultado y decides borrar la mayoría de las expresiones, convencido de que no tendrá sentido
seguir por ese camino. Ha pasado media hora y el contador de palabras marca "32";
un pobre bagaje que no hace honor a lo que pretendías confesarle al mundo, a tu
mundo, que ahora se reduce al lugar que ella ocupa y al aire que respira.
Cierras los ojos con la esperanza
de que el recuerdo de su voz y de su olor te proporcione la fuerza necesaria
para continuar; escribes, rectificas, vuelves al principio de esa frase sin sentido,
corriges la gramática, cambias el significado, consultas un diccionario,
intentas ser original… Ella te inspira el verbo más cálido y la conversación
más ingeniosa cuando compartís esos dos metros cuadrados de magia en los que el
tiempo se detiene, pero no eres capaz de confesar tu amor ni de conquistar su
boca, consumido por el fuego de su proximidad y aplastado por tu propia
inseguridad y falta de autoestima. La frustración se suma a la angustia al
comprobar que tampoco eres capaz de arrancarle un par de páginas a tu corazón,
insertarlas en un mensaje y lanzarlas a la red para que lleguen, transformadas
en kilobytes, a su destino.
Desganado y vencido por tu propia
incompetencia, apuras el líquido restante y buscas otra manera de expresar tu
deseo. A lo mejor un libro, o una canción que le guste, o un poema olvidado, o
una cita reveladora… Concluyes que sería más fácil hablar con ella cara a cara, pero
la simple idea de hacerlo muda el color y el calor de tu rostro, congestionando
tus mejillas como si de un camaleón enamorado se tratase.
Cierras el archivo que contenía
el breve relato inconexo que has sido capaz de perpetrar; antes, lo guardas
para no perder la ilusión de volver a retomarlo en otro momento. Para qué
engañarse: mejor claudicar y abandonar la idea de transformarte en escritor por
un instante, convencido de que habrá otras facetas en las que saldrán a la luz
tus habilidades. Con desgana, revisas por última vez el correo electrónico, que
respira latente tras la pestaña del navegador. Acumulas 27 mensajes sin leer,
pero hay uno que llama especialmente tu atención. La lectura de quien lo
envía provoca un pequeño temblor en la
mano que maneja el ratón, dificultando dirigir la punta de flecha hasta
colocarla encima de su nombre. No puede ser: ella te ha escrito un correo... y lo ha enviado. En
la columna que muestra el “Asunto” del mensaje, una frase derriba la muralla de
tu cautela, permitiendo que una ola de imaginación y confianza conquisten cada
minuto que transcurrirá hasta que vuelvas a verla. Una frase en "negrita" que simplemente dice “Only for
you”
4 comentarios al respecto...:
Cuan difícil es trasladar al papel los sentimientos y emociones que se tienen cuando se está "enganchado" de alguien...
El protagonista comienza a escribir con toda la determinación y convicción que le dan esos sentimientos y ¡¡zas!! la primera en la frente...
Yo lo he intentado, (en más de una ocasión)y sinceramente no he llegado ni a las "32" palabras. PENOSO.
De todos modos, ¡¡nunca hay que dejar de intentarlo!! porque tarde o temprano...
Aparecen "ellas" para deshacernos el entuerto con un sencillo y directo: " Only for You".
Mi canción para el relato es: "Soliloquy" de MICHAEL WHALEN.(P)
Gracias por el comentario, P. Desde luego, he escuchado la canción y no te imaginas lo adecuada que me parece al texto. En realidad, lo que quise expresar es precisamente ese momento en el que te sientas a escribir y, con el paso de los minutos, no consigues enlazar ni una frase, hasta que al final lo dejas para una ocasión más propicia. Y no ocurre necesariamente cuando vas a escribirle algo a "ella", sea quien sea la protagonista de tus escritos. Te aseguro que me ha sucedido en un montón de ocasiones. Por fortuna, siempre acaba llegando la inspiración para recogerte en sus brazos y llevarte por buen camino, una senda que a veces es mejor y otras veces es peor...
Un saludo y gracias de nuevo!
Buffffffffff, que preciosidad de melodía.... ahora me arrepiento de haber colado mis estudios de solfeo y no haber estudiado piano, aunque fuese por tocar esta canción.... pero a lo que ibamos, el relato: no necesitas tantas palabras, de esas 32 te sobran unas cuantas. Tan solo un "¿Tomamos un café?" y ¡¡¡déjate llevar!!. Si tú eres libre y ella también pues ¡¡a disfrutar!!. ¿Qué pierdes?, ¡¡toca moverse!!
"When you want it the most
there's no easy way out
When you're ready to go
and your heart's left in doubt
don't give up on our faith
Love comes to those who believe it
And that's the way it is"
¿Quién ha dicho "Senda"?, pues me sale otra canción:
"Si por una vez lo que siempre soñé hacer
prometeme y construir una senda que pueda recorrer"
Creo que tengo el día cantarín, jeje
Besoooooooooooo
Me quedo con esa frase de Cèline Dion: "el amor acaba llegando a aquellos que creen en él..."
Ojalá fuera siempre tan fácil como decir "tomamos un café?" Al menos el prota de mi relato no lo ve tan sencillo, aunque es cierto que muchas veces nos liamos demasiado y damos mil vueltas a las cosas en lugar de ir directamente al grano, cogiendo el toro por los cuernos. Ella no lo ha visto tan complicado; seguramente en ese correo sí hay una invitación a un café... o a algo más.
Gracias y un abrazo!
Publicar un comentario