27 de enero de 2013

"PEQUEÑO GRAN AMOR"

El sábado amaneció lluvioso y frío, con un color oscuro que tapizaba de manera sombría todas las habitaciones de la casa. Tras varios días intentando retrasar la inevitable tarea, Rafael decidió que el fin de semana era un buen momento para enfrentarse a la limpieza del trastero. Demasiadas cajas repletas de demasiados recuerdos en su interior, dispuestos a ser eliminados de manera definitiva. Quién sabe si entre todo aquel desorden y polvareda pudiera reaparecer algún tesoro que en su día tuvo su protagonismo, para después ser desterrado al cuarto oscuro del hogar y de la memoria. Una posibilidad remota pero factible, que facilitó no demorar más aquel cometido.
Álbumes de fotos, ropa, libros, revistas, juguetes, adornos y otros cachivaches dañados por el paso del tiempo se agolpaban en una estantería que ocupaba gran parte de la pared del fondo, conservando a duras penas la utilidad y la necesidad de la que un día se sintieron tan orgullosos. Ahora no eran más que objetos olvidados en la negrura de un sótano, con elevadas posibilidades de terminar en un contenedor de basura para desaparecer de manera definitiva de la vida de aquella casa. Por un momento, sintió el impulso de volver y dejarlo para otro día, pero ya había contemplado la anarquía que reinaba en ese lugar.
No se lo pensó dos veces; protegió sus manos con unos guantes y avanzó entre el caos, decidido a deshacerse de gran parte del contenido de aquel cuartucho. No había amontonado más que cuatro grandes cajas cuando vislumbró otra, más pequeña y de latón, que mostraba en su tapa un pequeño letrero ennegrecido por la suciedad y los años. En él se podía leer la palabra “MÚSICA” con grandes letras de color verde. Enseguida identificó aquella caja metálica, recordando que en su día fue el lugar en el que depositó varias cintas de cassette; esas reliquias musicales tan utilizadas en su adolescencia que, desplazadas por la irrupción de los discos compactos, nunca volverían a ser escuchadas. Ya no tenía sentido mantenerlas a mano, cuando ni siquiera los automóviles disponían de un reproductor adecuado para disfrutar de su música.
Limpió el polvo que cubría la caja y la destapó con mimo. Dentro, ordenadas de manera cuidadosa, figuraban las cintas con un nombre visible en cada una de sus cajitas de plástico negro. Repasó los títulos y sus ojos se posaron en una en concreto: “Verano 87” Una recopilación de varias canciones que, en aquel año, alguien se había dedicado a juntar. Revisó el contenido musical con gran curiosidad y descubrió que algunos títulos eran todavía conocidos, pero otros habían sido olvidados con el paso de los años y no evocaban ningún recuerdo en especial.
Un hallazgo de ese calibre no podía esperar; cerró la puerta del trastero con la caja bajo el brazo y subió impaciente a su domicilio acompañado de un presentimiento extraño. Recordó que guardaba un radio-casette perdido en algún armario de la casa, lo que le permitiría escuchar aquellas cintas que se habían quedado marginadas por el progreso. No tardó mucho en encontrar aquella herramienta del pasado, que dormitaba en el fondo de un cajón, tan inservible como arrinconada con el paso de los años. Para su alegría, comprobó que todavía funcionaba al enchufarlo a la red. Introdujo la cinta en su lugar correspondiente y apretó el botón de “PLAY” con fuerza. Tras unos segundos de silencio “sucio”, repleto de ruido de fondo, comenzó a sonar una canción que no figuraba en los títulos del papel. Al principio se escuchaba el mar, con olas suaves que poco a poco iban introduciendo la entrada de la música. En cuanto aparecieron las primeras notas, Rafael sintió un vacío en el estómago seguido de un flash de recuerdos y cientos de imágenes que se fundieron en su cerebro, pasando tan rápido una tras otra que incluso se hacía complicado escuchar la música. No importaba; se sabía la letra de memoria. Todos esos años había estado aletargada en alguna parte de su cabeza, esperando a ser escuchada de nuevo para despertar de entre la maraña de sonidos almacenados en su pasado. Y cuando esto ocurrió, experimentó una sensación muy agradable y llena de nostalgia.
Recordó esa canción sonando en su cabeza en un verano especial, tumbado en una playa con los ojos cerrados y el rostro de aquella chica grabado a fuego en su memoria, esperando ansioso a volver a verla tras unos días vertiginosos, en los que había descubierto lo que significaba el verdadero amor; ese monstruo maravilloso que te arrebata la voluntad y te obliga a alimentarlo con el recuerdo de la otra persona, hora tras hora, sin ninguna otra obligación que no sea vivir tu vida a cada minuto esperando a compartirla con alguien que te ha robado el corazón y la conciencia. Recordó haberse olvidado del mundo que le rodeaba, sumergido gracias a unos auriculares que no dejaban de reproducir la canción ideal, la melodía que le hacía pensar en ella, la música que encogía su alma y le permitía pensar, por un instante, que ya quedaba menos para volver a sentir sus labios.
Rafael escuchó toda la balada con los ojos cerrados, sentado en el sofá con las manos tapándole la cara. La música seguía completamente asociada a la persona y, estrofa tras estrofa, su silueta se dibujaba en el interior de su cabeza como si ella estuviera delante de él en aquel momento. Nunca un estímulo musical había supuesto una evocación tan intensa de su pasado.
Las notas inundaban la estancia, impregnando el salón de un sonido de su juventud que ya estaba lejos en el tiempo, aunque no así en la memoria. En esa atmósfera de añoranza sobrevolaban recuerdos y sensaciones pasadas difíciles de recuperar: un joven inexperto, enamorado hasta las trancas de aquella niña que había despertado en él emociones indescriptibles hasta ese momento, conquistando su corazón y dejando en él una huella que duraría para siempre. El título de la canción no podía describir mejor lo que ocurrió durante aquel verano: un momento mágico en el que disfrutó, vivió y descubrió a su “Pequeño gran amor”

23 de enero de 2013

MAN OF STEEL

En unos meses (Junio de este año) llegará a nuestras pantallas una nueva película que narra las aventuras del hombre de acero, también conocido como Supermán. En este caso, lleva por título Man of Steel y está dirigida por Zack Snyder, el director de 300) y protagonizada entre otros por Henry Cavill (en el papel del famoso superhéroe), Amy Adams. Kevin Costner y Russell Crowe.
Uno de mis mejores recuerdos cinematográficos de la infancia es el de aquella tarde en la que fuimos varios niños, acompañados de varias madres, a disfrutar de la primera parte de Supermán, con el desgraciadamente fallecido Christopher Reeve haciendo las delicias de toda aquella pandilla de mocosos, que salían del cine con la boca abierta tras una hora y media de absoluta diversión. En buena lógica, no espero que esta ocasión sea tan especial como aquélla, pero acudiré al cine a pasar un buen rato sin olvidarme de que fue este héroe del cómic el que me hizo empezar a amar el cine, así como querer acudir a una sala para experimentar esas sensaciones que solamente el séptimo arte te provoca .
Aquí os dejo un par de tráilers para "abrir boca"


 

9 de enero de 2013

LA HUMANIDAD

Un vídeo titulado "Man" (by Steve Cutts) que nos puede servir para reflexionar acerca de qué es lo que ha sucedido en este planeta en el que nos ha tocado vivir, a raíz de la presencia de la raza humana y su progresiva industrialización. Históricamente, el hombre ha hecho lo que le ha venido en gana con los recursos del mundo en el que vive, pero esto se ha exacerbado en el último siglo de una manera alarmante. Es probable que, de continuar por este camino, los hijos de nuestros hijos no lleguen a conocer muchos de los tesoros de los que ahora disfrutamos.
Parémonos a pensar por un momento si el camino escogido es el más idóneo para asegurar un futuro duradero...

5 de enero de 2013

NOCHE MÁGICA

Para mis niños; un cuento en la Noche de Reyes, deseando que hoy se cumplan todos sus deseos...


Era el día previo a la llegada de los Reyes Magos y hacía frío en aquella noche especial. En pocas horas los hogares se llenarían de regalos, respondiendo a toneladas de ilusión que todos los niños habían depositado, en pequeñas porciones, en ese buzón que haría llegar sus cartas hasta los Magos de Oriente. La emoción y el nerviosismo se respiraban por todas las calles y en los edificios cada vez brillaban menos luces encendidas, señal inequívoca de que casi todo el mundo se había ido a la cama con la esperanza de despertarse y encontrar bajo el árbol todo lo que habían pedido… y alguna que otra sorpresa.

Como en tantas otras, la oscuridad se había adueñado de aquella casa y el silencio de la madrugada dominaba el amplio salón. En una esquina, el árbol de Navidad parecía haberse marchitado, una vez que las luces que lo iluminaban, arremolinándose ensortijadas a su alrededor, habían apagado su intermitente brillo. De pronto, se escuchó una voz dulce y suave que difuminó la quietud existente hasta ese momento:

—Cada año que pasa me encuentro más gorda y brillante… Los excesos de estas fiestas no me sientan nada bien –dijo la bola de color dorado que pendía de una de las ramas del árbol.
—Pues debe ser algo contagioso, porque a mí me sucede lo mismo –proclamó rotundo el gran muñeco de nieve de juguete que sonreía feliz al lado del sofá.
—No disimules –respondió una vela de colores que adornaba el centro de la mesa, rodeada por un par de piñas y varias hojas de acebo–. El otro día me dejaron encendida y si no fuera por mí, te hubieras comido la bandeja de polvorones. Espero que hoy respetes lo que han dejado para los camellos…
—A mí se me cae más pelo conforme pasan los años navideños –afirmó la cinta de espumillón contrariada y deseosa de protagonismo, retorciéndose sobre un cuadro del salón al que adornaba.
—Si al menos pudiera mantener la línea como esos bastones de caramelo… –respondió la oronda bola, con tono resignado.
—Claro, lo que vosotros no sabéis es el trabajo que nos cuesta bajar los niveles de azúcar y mantener controlada nuestra diabetes –comentaron al unísono dos bastones a rayas blancas y rojas que colgaban de las ramas superiores, entre un ángel y un Papá Noel medio despistado.
—¡Basta de cháchara!
El tono de la frase despertó a la mayoría de las figuritas del Belén, que dormían plácidamente tras una semana de intenso trabajo. El sonido procedía de los grandes calcetines colgados de la chimenea, que estaban más inquietos que de costumbre. Tomaron la palabra para silenciar aquel alboroto, temerosos de que Sus Majestades escucharan ruido y decidieran pasar de largo. Todos los adornos acataron la orden, excepto la estrella que presidía la cúspide del árbol: consciente de su posición privilegiada, intentó captar la atención de todos desde su altura; carraspeó por un instante y en tono muy serio dijo:
—No me extraña que el año pasado estuvieran a punto de dejarnos solamente unos pedazos de carbón. Armáis tanto escándalo que hasta Papá Noel dudó si descender o no por la chimenea; no hace falta que os recuerde que al final, asustado por el jaleo, tiró los juguetes desde arriba y salió pitando de aquí. Opino lo mismo que los calcetines: si no nos callamos de una vez, este año será incluso peor que el anterior. De vosotros depende…
Se miraron unos a otros, reconociendo su culpabilidad. Estaban de acuerdo con la arenga que la estrella había vertido; incluso una galleta de jengibre, asustada por el sermón, comenzó a llorar, siendo consolada por un mazapán superviviente del gran plato de dulces que ocupaba el centro de la mesa del salón.
La casa recuperó en pocos minutos el silencio. Entre demandas y sugerencias, los adornos navideños retomaron resignados poco a poco la calma:
—Yo el próximo año quiero más luces de colores –solicitó el árbol, que hasta ese momento se había mantenido en un discreto segundo plano.
—A mí me gustaría poder volar de verdad –sugirió el reno de paja que sostenía la puerta del pasillo–. Y no tener esta nariz roja tan fea…
—Yo propongo que desaparezcan del belén el buey y la mula –comentó el ángel que colgaba sobre el portal, mientras los animales le miraban enojados–. Al parecer, es lo que estará de moda a partir de ahora.
A pesar de las discusiones y los caprichos, la actividad se fue apagando paulatinamente hasta que toda la casa enmudeció por completo. En pocas horas la magia de los Reyes Magos transformaría aquel salón, depositando bajo el árbol y dentro de los calcetines un montón de juguetes que seguro dibujarían, a la mañana siguiente, la sonrisa más valiosa en el rostro de los dos niños que habitaban en aquella casa. Y eso era lo único en lo que todos los adornos, año tras año, estaban completamente de acuerdo.    

3 de enero de 2013

DESEO DE REYES



Un escenario nada apetecible: tráfico imposible, la ciudad colapsada por coches con prisas y las calles rebosantes de gente a la búsqueda de ese regalo para el que ya no queda tiempo. El fin de semana previo al día de Reyes era lo más parecido al caos que aquella pequeña ciudad había experimentado en los últimos meses. Y él se encontraba en medio de toda la algarabía, deseando haberse quedado en casa en lugar de salir para realizar esas compras navideñas de última hora, que tantos quebraderos de cabeza le habían provocado en otras ocasiones. El problema radicaba en que se lo había prometido a su hermana: tenía que encontrar ese juguete que su sobrino había pedido con tanto ahínco. Enseguida dedujo que ese año no podía decepcionar sus ilusiones apareciendo en casa con una camiseta o unos zapatos. Había que lanzarse al bullicioso mundo de los centros comerciales y las jugueterías, a la caza de aquel juego de mesa tan especial para Pablo como escaso y complicado de encontrar para él.
Había recorrido media ciudad con la decepción como compañera y una frase repetida una vez tras otra: “está agotado” Nunca se imaginó que tantas personas hubieran tenido la misma idea y acabasen por adquirir todos los ejemplares del maldito juego que se le había antojado a ese ahijado por el que siempre había sentido especial predilección. Sobre todo, teniendo en cuenta que sus futuros hijos no habían llegado todavía al mundo… Eso, si es que alguna vez se decidía a tenerlos, porque en ese momento ni siquiera compartía su vida con una mujer. Una ruptura sentimental bastante traumática con su anterior pareja había dejado una estela de decepción y desencanto que todavía no se había borrado, a pesar del paso de los años. Ahora estaba inmerso en un periodo diferente, en el que se había volcado en su profesión viajando a través de la vida en soledad, sin el anhelo de compartir besos y sonrisas con nadie en especial; “al menos hasta que llegue esa persona por la que valga la pena ver la vida de otra manera” solía pensar, no demasiado convencido de que ocurriese.
La última tienda de juguetes en la que entró, casi derrotado de antemano, parecía un campo de batalla: padres desesperados ahogándose entre discusiones y dudas, niños con los ojos fuera de sus órbitas y un ambiente general de celeridad y apremio que hubiera puesto los pelos de punta al más calmado. En medio de semejante desbarajuste se encontraba él, protegido tras sus auriculares, en los que sonaban los grandes éxitos de U2. De pronto, apareció el tesoro en una estantería: casi sin querer, tropezó con la joya que tanto andaba buscando, escondida entre un peluche gigante y la caja de un robot parlante con cara de pocos amigos. Se apropió del  juguete sin darle demasiada importancia a su hallazgo, para no levantar sospechas, dirigiéndose hacia la caja con la satisfacción del deber cumplido, a pesar de la agotadora investigación.
La cola en la zona de pago era bastante larga, con lo que se armó de paciencia mientras pensaba que Pablo iba a ser uno de los niños más felices en esa mañana mágica, en la que solamente ellos son los protagonistas. Su reproductor musical había hecho una pausa entre canción y canción, con lo que pudo escuchar una voz que le resultó muy familiar: unos metros más adelante, en esa misma fila que esperaba a abonar sus compras, una pareja alternaba frases con risas, sin separar sus ojos el uno del otro, regalándose de vez en cuando un beso que desprendía felicidad por babor y estribor. Nada más ver la escena, pulsó el botón de “stop” para eliminar la música de sus oídos; hubiera deseado tener otro para ralentizar la taquicardia que nublaba sus pensamientos: quería que todos sus sentidos estuvieran concentrados en contemplar a aquella mujer. Sí, era ella, su última compañera, su anterior pareja, su “ex”, así, sin apellido. No la había vuelto a ver desde la noche en que decidieron dejarlo, tras varios días de discusiones y sufrimiento innecesario. Ahora estaba rodeada por otros brazos y sonreía al lado de otro hombre que se desvivía en atenciones hacia ella, mientras compraban algún regalo en el mismo lugar en el que el destino los había hecho coincidir. Su perplejidad fue neutralizada por una anciana que, detrás de él en la fila de gente con regalos, le tuvo que recordar que debía avanzar para poder pagar su preciado juguete. La tarde de compras había tenido un desenlace para el que no estaba preparado, ni en su mente ni en su corazón.
Continuó contemplando a la feliz pareja durante un buen rato. Un sentimiento de envidia recorría su mente, pero al mismo tiempo algo en su interior le advertía de que solamente él era el culpable de que aquella escena se estuviera representando ante sus ojos. Recordó momentos de su relación con ella, en los que su comportamiento no era, ni mucho menos, para sentirse orgulloso: vendiendo caras sus emociones, regateando frases de cariño, mostrándose cicatero con sus besos e intransigente con los deseos que ella solicitaba… El resultado no podía ser más obvio: cansada de dar, sin recibir nada a cambio, ella decidió abandonar el barco dejándolo solo en su aventura a la búsqueda del amor. No había duda de que ahora aparentaba encontrarse mucho más contenta.
Salió de allí con su regalo y una incómoda desazón ante el encuentro que acababa de experimentar, aunque más bien había sido un desencuentro consigo mismo. De camino a casa, cayó en la cuenta de que todavía no había escrito su carta a los Reyes Magos. Después de aquella tarde, este año tenía muy claro lo que les iba a pedir: humildad, paciencia, sencillez y modestia. Grandes dosis de esas cuatro características, para no volver a decepcionar a esa persona que, escondida tras algún día de algún mes de ese nuevo año, le haría ver seguro la vida de otra manera. Y dejando caer una sonrisa, apuró el paso convencido de que, por fin, Sus Majestades iban a acertar con el regalo más adecuado.  
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