30 de septiembre de 2012

DELIRANDO


Creo que todavía era de noche, pero no podría asegurarlo porque el sol aparecía y se volvía a ocultar en cuestión de minutos. La gente se movía muy rápido en aquella ciudad llena de sombras y algunas caras conocidas; parecía que todo el mundo vivía con el botón de “FFWD” conectado, como si la realidad sucediera a una velocidad cuatro veces superior a lo normal. Yo también me sentía acelerado, con la respiración jadeante y dominado por una extraña debilidad. A pesar de aquella sensación de malestar, traté de levantarme, pero una fuerza invisible me obligó a permanecer recostado sobre aquel banco del parque, con forma de cama redonda y olor a manzanilla, sobre el que brillaba un extraño cilindro de cristal plateado.  
Me escapé como pude y corrí con los ojos cerrados, pero no era capaz de avanzar más que unos metros. Conseguí llegar a un pasillo muy iluminado y sentí unas ganas enormes de orinar. Salí al exterior y pregunté a un joven anciano que caminaba sobre un monociclo en dónde me encontraba. “Estás en la Calle de los Corazones Olvidados, esquina con la Avenida de las Promesas Rotas” me dijo con voz de niño. Llovían piedras y el asfalto era de color verde oscuro; al contemplarlo sentí una náusea repentina y vomité un extraño líquido de color amarillento, que se convirtió en fuego al contacto con el suelo.
Tras unas horas caminando sin rumbo, llegué a una plaza circular rodeada de edificios. Había comenzado a nevar, pero el paisaje estaba teñido de color azul, como si la nieve hubiera adoptado el color de moda en esa temporada. El frío consumía mis escasas reservas y entre temblor y temblor fui capaz de identificar unos pequeños insectos y otros crustáceos que ascendían por las paredes de los edificios, tratando de escapar del pavimento alcanzando la mayor altura posible. Cada sonido retumbaba en mi cerebro con una potencia descomunal; desorientado y aterido por el viento gélido que me rodeaba, descubrí una pequeña puerta dorada al final de un callejón. Al atravesarla me encontré en el interior de una habitación oscura, rodeado por pequeñas serpientes que se acercaban a mis pies descalzos y ensangrentados. Un repentino haz de luz blanca, procedente de un foco en el techo, quemó mis pupilas con su intensidad, transformando a todos los reptiles circundantes en paja y ceniza.    
De pronto, alguien me zarandeó por la espalda. Me di la vuelta y allí estabas tú, hablando a gritos, con la cara deformada y con un tamaño mucho mayor del que solías tener habitualmente. No entendía tus palabras, pero sonaban a reprimenda y parecías enfadada. Intuí que querías que bebiera de una especie de vaso muy brillante, que parecía contener un brebaje espeso con pequeñas luces sobrenadando en su superficie. Tras el primer sorbo, que supo a naranja muy amarga, sentí que flaqueaban mis piernas y arrodillado, me dejé caer sobre un mullido césped con olor a lavanda mientras la consciencia abandonaba mi cuerpo…


Desperté sobresaltado en medio de la noche. El sudor embadurnaba la parte superior del pijama y mi cabeza había dejado un charco de transpiración sobre la almohada, ahora mojada y pegajosa. La escasa cantidad de luz que, proveniente de una farola, traspasaba la persiana me ayudó a situar mi posición en el espacio al iluminar la densa oscuridad de la habitación. Sentado en mi propia cama, con la cabeza a punto de estallar y un dolor sordo localizado en cada una de mis articulaciones, no era capaz de recordar lo que había sucedido en las horas previas a aquella guerra en la que la cama parecía el campo de batalla. Casi por instinto extendí el brazo hacia el lado derecho y encontré tu hombro agazapado bajo el edredón. El contacto te despertó y, acariciándome la frente me dijiste “Ah, ya no tienes fiebre…” Tenía la boca seca y los ojos hinchados, con la sensación de haber dormido durante cien horas. Me acercaste un vaso de agua y tus palabras me aclararon lo que había sucedido durante aquel extraño viaje: “has estado delirando por la fiebre que te produjo esa amigdalitis tan horrible que llevas padeciendo un par de días. Conseguí ponerte el termómetro a duras penas; hoy la temperatura ha llegado casi a los 40 grados. Veías cosas extrañas y pronunciabas frases inconexas, agitando los brazos como si quisieras apartar a algo o a alguien. Tuve que luchar contra tu negativa a tomarte la medicina, pero tras lograrlo te fuiste tranquilizando hasta caer en un profundo sueño, vencido por el cansancio…”
Una incómoda sensación de haber sido apaleado me acompañó hasta la ducha. Dejé correr el agua sobre mi cabeza durante un buen rato, mientras me esforzaba en vano por recordar las alucinaciones que habían saturado mi cerebro durante el delirio febril. Un estado confusional que me transformó, por unas horas, embotando mi mente y despojándome de la capacidad de discernir entre sueño y realidad. Todavía no soy capaz de averiguar cómo he podido llegar a describirlas de un modo tan detallado…   

28 de septiembre de 2012

DIEZ REGALOS


El domingo 30 de Septiembre es mi cumpleaños y quiero apuntar una lista de regalos, o deseos, para el mismo. Como siempre suele ocurrir, uno espera que le regalen una cosa y, en muchos casos, acaba recibiendo algo completamente diferente... Sé que esta lista no se va a cumplir, por mucho empeño que pongamos, pero he disfrutado mucho confeccionándola y solo por eso vale la pena haberla redactado. Diez maneras de creer que, con ellas, la vida puede ser mejor. A cada una le he asignado una frase para reflexionar un poco y una imagen relacionada. Como dijo Arthur Schopenhauer, "los primeros cuarenta años de vida nos dan el texto; los treinta siguientes, el comentario" Ojalá ese comentario sea muy extenso y lleno de buenas frases, con la experiencia que aportan los años precedentes. Gracias por adelantado! 

1.- Que mi corazón siga teniendo razones que la razón no entiende (“El amor es como un reloj de arena: mientras se llena el corazón, el cerebro se vacía”)

2.- Amigos, para poder contar con ellos también en los malos momentos (“Igual para el mundo eres solo una persona, pero para algunas personas eres un mundo…”)

3.- Habilidad para seguir riéndome, de mí mismo primero y luego de todo lo demás (“En nada se desvela mejor el carácter de las personas como en los motivos de su risa” Goethe)

4.- Ingenio, habilidad y sentido común a la hora de realizar mi trabajo (“La ciencia es un magnífico mobiliario para el piso superior de un hombre, siempre y cuando su sentido común esté en la planta baja” Oliver Wendell Holmes)

5.- Capacidad de sacrificio y voluntad para afrontar los problemas que ofrece el día a día (“La voluntad puede y debe ser un motivo de orgullo mucho más que el talento” Honoré de Balzac)

6.-Tiempo: para divertirse, disfrutar, leer, escribir… (“No perdamos nada de nuestro tiempo; quizá los hubo más bellos, pero este es el nuestro” Jean Paul Sartre)

7.- Tranquilidad, sosiego, paz…  (“Si queremos un mundo de paz y de justicia hay que poner decididamente la inteligencia al servicio del amor” Antoine de Saint-Exupery)

8.- Sensaciones agradables y gente que las desencadene (“A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante” Oscar Wilde)


9.- Que me siga queriendo… a pesar de mis errores y mis olvidos (“No te quiero por lo que eres, sino por lo que soy cuando estoy contigo” Ray Bradbury)

10.- Imaginación para soñar, ilusionarse y vivir en un mundo mejor (“En la lucha contra la realidad, el hombre tiene solo un arma: la imaginación” Théophile Gautier)


24 de septiembre de 2012

REENCUENTRO

Fueron quince días intensos e inolvidables. El primer beso deja su huella de por vida en los corazones afectados por ese terremoto emocional, pero la herida cicatriza de un modo mucho más intenso cuando el destino junta esa inolvidable sensación en ambos protagonistas, durante el mismo día y a la misma hora. Y eso sucedió al final del verano de aquel año que ahora quedaba tan lejano en el tiempo, aunque no así en sus recuerdos.
Había sido un mes de Julio extraño, con un clima no demasiado caluroso para aquella época del año. Casi sin buscarla, se estableció entre ellos una complicidad que fue tapizando las horas compartidas y las interminables conversaciones, surgidas al calor de agradables paseos con el atardecer de fondo. Un amor adolescente, intenso e inocente, que edificaba sus cimientos en la historia de sus vidas, mientras ambos consumían los días con una creciente dependencia de proximidad, miradas y sonrisas.
El destino jugó sus dados al final del verano y el resultado no fue beneficioso para ninguno de ellos. Viviendo en distintas ciudades y alejados por un buen puñado de kilómetros, esporádicos contactos iniciales dieron paso a un distanciamiento cada vez mayor y más doloroso, que diluyó el amor y sepultó la amistad poco a poco, latente bajo unos cuantos lustros de olvido y falta de contacto.
Era muy probable que sus trayectos vitales, tan cercanos y entrelazados en aquel momento estival, no volvieran a cruzarse a no ser que la montaña rusa de la vida les concediese otra oportunidad. Ella se había casado con un conocido empresario y cambió su residencia por motivos laborales. Él fue rebotando de un lugar a otro, hasta encontrar la estabilidad laboral y familiar en un discreto complejo residencial a las afueras de aquella ciudad costera. Pero todo se derrumbó de modo repentino una mañana de sábado.
Ocurrió durante un fin de semana convencional y rutinario, consumiendo las horas y el sueldo en la compra semanal del supermercado de un gran centro comercial. El plan posterior no era demasiado complicado: visitar unas cuantas tiendas, almuerzo fast food y cine y palomitas con la familia antes de conducir de vuelta a casa. Durante la mañana, él creyó cruzarse con una cara conocida en la sección de vinos pero las prisas, sus hijos y la elección de una botella de tinto despistaron su mente. Algo permaneció grabado de todas formas en su subconsciente: por la tarde, ya dentro de la sala y con la película a punto de comenzar, sus ojos identificaron dos filas más abajo un perfil, una manera de separar la melena con la mano, una mujer… Los años no habían robado belleza a aquella atractiva madre que, sonriente, trataba de acomodar a sus hijos en sus butacas sin llamar demasiado la atención. Él dejó transcurrir la película, casi sin aliento y con la mirada alejada de la pantalla, con un millar de mariposas tratando de escapar por su boca desde el estómago. No hubo lugar a dudas, desde el primer momento que la vio, de que se trataba de aquel amor de verano que una tarde le había regalado una de las mejores experiencias de su vida.
Salían del cine con sus respectivas familias cuando ella reparó en un rostro y una sonrisa que encendió una sonora alarma en el archivo de sus sentimientos. La imagen de un beso resonó en su conciencia y, por un momento, tuvo sensación de que le faltaba el aire. Respiró hondo y cerró los ojos, mientras volvía a su memoria el olor de aquel lugar en donde había conocido por vez primera lo que significaba estar enamorada.
Continuaron caminando, cada vez más pendientes de su posición y destino; con el mayor disimulo posible, ambos mantuvieron una distancia prudente, tratando de luchar contra una atracción que les aplastaba y obligaba a acercarse de modo peligroso. Una vez más, su mirada se enganchó por un instante y entre el gentío, nadie advirtió la explosión que, durante una décima de segundo, provocó el roce de sus manos al cruzar uno frente a otro.
A partir de entonces la ciudad no volvió a ser la misma, buscando sin buscar, deseando tropezarse para recuperar los años perdidos; las calles escondían nuevos lugares que antes habían pasado desapercibidos, la gente camuflaba caras conocidas en cada esquina y los coches transportaban anhelos de potenciales reencuentros. No pararon hasta volver a encontrarse de nuevo, esta vez bajo una intensa lluvia, a la salida de una cafetería tras el almuerzo. Demasiada buena suerte como para no ser aprovechada; demasiados besos atrasados; demasiada pasión para ser consumida en una única tarde…   

22 de septiembre de 2012

ALCOHOL Y MALTRATO INFANTIL

Dos maneras muy diferentes de enfocar un problema tan preocupante y, por desgracia, tan habitual en nuestra sociedad. La primera recoge un vídeo que nos muestra que, en el caso de hijos de padres alcohólicos, un monstruo puede ser real... Os facilito también un resumen de un documento de la OMS de 2006 que nos aclara las consecuencias derivadas del consumo de alcohol y su relación con el maltrato infantil. Tiene datos categóricos y muy significativos acerca de la magnitud del problema.



"Se han hallado estrechos vínculos entre el maltrato infantil y el consumo de alcohol, sobre todo cuando dicho consumo es nocivo o peligroso. Varios estudios han confirmado que el alcohol contribuye en grado significativo a este tipo de violencia, y muchos de ellos demuestran que ser maltratado en la infancia se asocia a un considerable incremento del riesgo de consumo peligroso o nocivo de alcohol en etapas ulteriores de la vida.
Estudios realizados en muchos países han constatado asociaciones entre el consumo nocivo de alcohol y el maltrato infantil. En los EE. UU, el 35% de los progenitores que maltrataron a sus hijos habían consumido alcohol o drogas en el momento del incidente. En Alemania, durante el período 1985–1990, alrededor del 35% de los perpetradores de maltrato infantil con resultado de muerte se encontraban bajo los efectos del alcohol en el momento del crimen, y el 37% de los agresores eran alcohólicos crónicos.
Se ha identificado una amplia gama de factores que incrementan el riesgo de que un niño sufra malos tratos. Cabe citar los siguientes: tener unos padres jóvenes, pobres, desempleados o socialmente aislados; tener antecedentes de violencia doméstica en el hogar; vivir en una familia monoparental y vivir en un hogar atestado. En el caso concreto del alcohol, se ha confirmado que tener un progenitor con antecedentes de consumo nocivo o peligroso incrementa el riesgo de maltrato infantil, riesgo que es aún mayor si ambos padres tienen problemas con el alcohol.
Las consecuencias del maltrato físico a niños consisten en traumatismos, como hematomas, quemaduras y fracturas, y síntomas relacionados con el estrés, como trastornos del sueño. En los casos graves, las lesiones pueden ser mortales. El grado de sufrimiento psíquico difiere de unas culturas a otras, pero es frecuente hallar problemas de temor, depresión e intentos de suicidio entre las víctimas, tanto en la infancia como posteriormente. Estos problemas pueden elevar el riesgo de abuso de sustancias; así, las víctimas de maltrato infantil tienen mayores probabilidades de consumir más alcohol y tabaco en la vida adulta.
También puede verse afectada la educación: los niños que sufren malos tratos faltan más al colegio y progresan menos que sus compañeros, lo que a menudo determina que en la vida adulta obtengan ingresos inferiores a la media. En algunos estudios se ha observado, además, que los hombres y mujeres que sufrieron maltrato en la infancia tienen más probabilidades de tener problemas maritales y familiares o de casarse con una persona que abuse del alcohol."

La segunda es un poco más frívola, pero tiene su cabida aquí para contrarrestar un poco todo lo escrito más arriba. Por supuesto, sin perder nunca la perspectiva y sin olvidar que este tema no tiene nada, pero nada nada, de gracioso.


17 de septiembre de 2012

SÍ, QUIERO



“Acabo de caer en la cuenta de que mi portátil se ha quedado sin batería; tenía la intención de mandarte un mail para matar el tiempo que voy a pasar aquí, pero ante la imposibilidad tecnológica (mi teléfono también “ha muerto” hace media hora…) he optado por anotar en un papel mis aventuras; el escrito llegará hoy a casa conmigo, pero me hace gracia pensar que nos reiremos leyéndolo juntos esta noche. Además, hay cosas que se afrontan mejor con el apoyo de un guión preparado…
Llevo varias semanas jugueteando con la mala suerte en medio de una espiral de pesimismo, por eso no me ha extrañado lo último que me acaba de ocurrir. El día ha comenzado hoy un poco peor que de costumbre: me he equivocado al revisar el billete y he llegado al aeropuerto tres horas antes de lo necesario. De todos modos, no me he librado de la espera frente al mostrador de check in, tras ser víctima de un interrogatorio bastante molesto por parte del “amable” personal de tierra de la compañía aérea. Y todo porque consideraban que había llegado demasiado temprano para la hora a la que salía mi vuelo... La primera, en la frente. Después, algún broche del pantalón me ha jugado una mala pasada bajo el arco detector de metales; me he sentido como un personaje de esas películas carcelarias, que debe ser cacheado repetidas veces antes de entrar en su celda. Todo para llegar de nuevo a esta zona de embarque que ya casi conozco como el salón de mi casa; otra vez aquí, intentando encajar mi anatomía en esta especie de “pseudoasientos” que chorrean incomodidad por cada centímetro cuadrado y con un par de horas por delante por rellenar, con el aburrimiento como compañero de butaca.
Hace un momento he vuelto a oír de nuevo el mensaje que con voz impersonal se transmitía por la megafonía, pero ya tengo el lóbulo temporal saturado por las mismas palabras, que resuenan incansables una y otra vez. Por eso mi cerebro ha decidido ignorar de manera inconsciente esas frasecitas, a riesgo de que pueda perder mi vuelo de regreso. En estos dos últimos meses he pasado demasiado tiempo volando, con lo que eso implica en número de horas perdidas esperando con una paciencia desesperada en controles aeroportuarios, salas de embarque y restaurantes de comida rápida con barra de self service, en las que todo huele igual sin discernir muy bien a qué sabe cada cosa.
Le doy mil vueltas y siempre llego a la misma conclusión: no tenía que haber aceptado este trabajo, que nos ha alejado dos mil kilómetros en lo físico y cien mil en lo demás. La crisis, la inexperiencia y un poco de ambición me empujaron a dar el sí definitivo a un proyecto en el que todo parecía ser ventajoso; ahora descubro que los inconvenientes han ganado por goleada… Y no tengo reparos en reconocer que no he estado a la altura de lo exigido: me faltabas tú, con tu fuerza y tu optimismo, para proporcionarme ese empujón que tanto eché de menos en aquellas jornadas lidiando con ejecutivos iracundos, soportando indigestas comidas de trabajo y padeciendo reuniones interminables. A veces me habría gustado llevar dentro del maletín algunos recuerdos impresos, para encontrar en esos papeles un poco de calor que conservara tu cariño; un cariño parco en palabras, pero prolijo en gestos y acciones, que siempre me han asegurado que seguías siendo la elección acertada.
En estos casi sesenta días de soledad he tenido tiempo suficiente para analizar nuestra incipiente relación, de la que en breve se va a celebrar el primer aniversario. Me he dormido muchas noches pensando tus besos y acariciando tu sonrisa. La distancia se tolera un poco mejor si te apoyas en un chat y te ayuda este mundo global en el que nos ha tocado viajar, pero una cámara web no era suficiente para sentir tu olor, para saborear tus labios… tan cerca de mí como yo hubiese querido. No es de extrañar que los días pasasen cada vez más lentos y necesitase dormir a tu lado al caer la noche, a pesar de que te contaba que todo iba bien para no preocuparte. Ahora me separan unas horas de tu abrazo y te aseguro que no soy capaz de encontrar las palabras para definir con claridad lo que te necesito y cuánto te he echado de menos.
Uy, creo que ya ha comenzado el embarque para mi vuelo; hay una cola ante la puerta D32 que me hace sospechar que debo apresurarme o me dejarán en tierra sin derecho a reclamación… Me queda un minuto para escribir lo más importante que tenía que decirte con estas líneas: la única ventaja que he obtenido de este empleo es que me ha hecho ver con claridad que quiero pasar el resto de mi vida junto a tí ¡¡¡Por eso te pido QUE TE CASES CONMIGO!!! Así, con exclamación y en mayúsculas. La respuesta no tiene que ser al levantar la cabeza de este papel; pero recuerda que ahora estoy a tu lado mientras lees este mensaje y mi corazón puede explotar de impaciencia si no dices algo, lo que sea, en este momento. Me vale incluso una referencia meteorológica, pero di algo, por favor...
Bueno, anuncian ya la última llamada… ¡Me tengo que ir a toda prisa! Nos vemos pronto, mi amor”    

Era una mujer madura, con una belleza que no había sido dañada por el paso de los años. Se encontraba bastante cansada después de un vuelo transoceánico que precisaba de una escala en aquel aeropuerto. Tenía por delante varias horas de descanso en la terminal y decidió relajarse un rato contemplando el ir y venir de los apresurados pasajeros. Se sentó en un lugar incómodo, como todos en aquella zona y su mirada reparó en una hoja de papel que acechaba inmóvil bajo el asiento de al lado. Tras rescatarla del suelo con curiosidad, la leyó y su contenido le pareció una petición de matrimonio sincera y cariñosa, con el amor infiltrado entre cada una de las palabras. Y mientras su mente viajaba en el tiempo, años atrás, deseando haber tenido la suerte de ser la destinataria de esa misiva, cayó en la cuenta de que no podía discernir si esos párrafos habían sido escritos para un hombre o para una mujer. Sorprendida, releyó de nuevo su contenido y con cierto punto de orgullo y nostalgia quiso imaginar, esta vez sí, que aquellas frases habrían salido de la mano de un hombre y estaban dirigidas a alguien como ella. O quizás no era así...   

15 de septiembre de 2012

NO LO ENTIENDO...

Algunos carteles recopilados en la red que nos demuestran que, a veces, no somos capaces de expresar con claridad lo que realmente queremos transmitir. Unas veces por falta de comprensión, otras veces por desconocimiento del idioma, otras por exceso de explicaciones y otras, simplemente, porque nuestro interlocutor no entiende lo que le decimos. Aunque, sin darle más vueltas, también puede ser porque somos más brutos que un bocadillo de cemento...







12 de septiembre de 2012

EN EL MISMO UNIVERSO


La biblioteca de la facultad era un lugar muy frecuentado en aquella época del año. Desde muy temprano se iban ocupando los sitios libres, bien con su propietario temporal o bien dejando en el lugar algún libro o unos apuntes que anunciaban de modo tácito que ése ya se consideraba "terreno conquistado". El resultado era siempre el mismo: no pasaba ni una hora desde su apertura y la sala se encontraba completamente poblada por un conjunto heterogéneo de estudiantes con un objetivo común, que no era otro que el esfuerzo intelectual en busca de una buena nota en los exámenes finales.
Yo formaba parte de ese grupito de habituales que escogía aquel recinto para estudiar. Me había acostumbrado a llegar más temprano de lo normal, con lo cual mi puesto estaba asegurado por madrugador. Pero había algo de comodidad y de superstición en aquella decisión: por alguna razón que no acerté a descifrar, la biblioteca me proporcionaba mayor concentración y mejor disposición al estudio que en casa; quién sabe incluso si un mejor rendimiento para encarar ese día a día al que me enfrentaba, a fin de superar las asignaturas de aquel curso. No era de extrañar, pues, que mi hábitat natural durante los meses finales estuviera situado en ese lugar, donde tantas horas se consumieron entre subrayados, esquemas y anotaciones.  
Duró solamente unos días, pero recuerdo como si fuera ayer esa semana de Junio en la que mi voluntad para el estudio, mi responsabilidad académica y mis prioridades quedaron severamente perjudicadas, mermadas bajo el influjo de una belleza de dañinos ojos negros y larga melena oscura, cuya presencia en la biblioteca tuvo un recorrido más fugaz del que yo hubiera deseado y de la que nunca llegué a conocer ni siquiera su nombre. Tamizada por el misterio y el paso de los años, aquella chica de tímidos modales sigue en mi mente, esbozando esa sonrisa demoledora que trataba de esconder a duras penas cada vez que mis ojos, al levantar la cabeza de los apuntes, se cruzaban con los suyos. Recuerdo de modo especial un momento mágico, cuando a primera hora aparecía tras la puerta y yo la observaba caminando de manera sensual y desenfadada hasta ocupar su lugar en las mesas de estudio, rezando desesperado para conseguir el premio gordo en la lotería del día y que su sitio estuviera próximo al mío… o al menos a tiro de mi mirada. Cuando eso sucedía, la mañana transcurría entre despistes, risas furtivas y gestos infantiles. No hace falta mencionar que el cerebro ignoraba el temario correspondiente, aunque la imaginación se desbordaba, embriagada por su olor, inventando encuentros casuales y veladas interminables.
Quizá nunca tuve suficientes motivos para enfrentarme cara a cara a su mirada; en realidad no hay que buscar ninguno en especial para entablar una conversación que prenda la mecha de una relación más duradera… Quizá estaba confundiendo “motivos” con “arrojo y valentía” en mi embotado estado mental, pero ella tampoco hizo nunca ademán (a veces los árboles de la inocencia no te dejan ver el bosque de la experiencia…) de estar interesada en aquel alumno que consumía horas allí sentado poniendo cara de tonto mientras contemplaba su silueta. Me consuela creer que, compitiendo ambos en la batalla del flirteo, ella estuviera esperando por parte de su adversario un primer paso adelante que nunca tuvo lugar, pues desapareció de aquel edificio a los pocos días, dejando una estela de tristeza en mi afán desesperado por encontrarla de nuevo alguna vez.
Siempre he pensado que me faltó confianza y me sobró timidez para lanzar una excusa con la finalidad de conocerla. Lo cierto es que nunca fui capaz de asomarme a su vida, a pesar de tenerla tan cerca durante esos siete días de pasión silenciosa e inadvertida. Me quedo con el precioso recuerdo de un puñado de mañanas en las que ella se adueñó de mi pensamiento, dejando para mi historia emocional una relación ficticia que viví de un modo intenso y peculiar. Nunca sabré si ella sintió algo parecido en el breve instante en el que coincidimos en el mismo universo, sincronizando nuestro viaje y colisionando a la velocidad de la luz sin desprender ni un ápice de energía.     

6 de septiembre de 2012

ÚLTIMA MIRADA


La tarde llega a su fin y el sol intenta en vano no sumergirse bajo la línea azulada del océano. En breve comenzará a anochecer, pero el calor golpea todavía la carretera como si fueran las horas centrales del día. Él conduce, sudoroso, con ambas manos agarradas firmemente al volante; crispado, escondiendo su gesto tras unas gafas de sol para que ella no pueda adivinar lo que su expresión corporal está proclamando a gritos. Llevan veinte minutos en el coche, camino al aeropuerto, pero los segundos pesan cada vez más y el aire compartido en ese pequeño habitáculo se ha hecho ya irrespirable, con la tensión propia que emana de los largos e incómodos silencios en los que se sobreentiende todo sin pronunciar palabra.
Él enciende otro cigarrillo mientras se le escapa un suspiro de alivio al identificar un cartel que indica el desvío hacia su punto de destino. Las gafas no pueden ocultar la barba de varios días, su aspecto algo desaliñado y un leve temblor de su mano cada vez que acerca el tabaco a la boca. Ella permanece seria, con la mirada al frente perdida en un punto lejano y jugueteando intranquila con una pulsera entre sus dedos. Ambos saben que la noche anterior ha desbordado el vaso de la paciencia; aguantar hasta ese momento había sido todo un acto de malabarismo emocional, pero ya no queda truco alguno en el que confiar para seguir aferrándose a una relación vacía y acabada tras horas y horas de discusiones, reproches y desconfianza.
Tras un cruce peligroso que le obliga a mirar a ambos lados durante más tiempo del que desearía, él observa cómo resbala una lágrima por la cara de su acompañante; es una lágrima silenciosa, en la que se adivina rabia y decepción, pero cae sobre su conciencia con la temperatura y el peso del plomo incandescente. Casi sin aliento, se muerde el labio superior y acelera de modo brusco, como queriendo escapar de un presente que ahoga su existencia. Ella se traga sus emociones y vence al llanto, mientras intenta sintonizar alguna canción inapropiada entre la maraña de emisoras que saltan de modo automático en el dial.
Al llegar al aparcamiento, una calma extraña domina el ambiente una vez que se apaga el motor del vehículo. Dos bocas que se buscaron durante tantas horas, jugando ahora a esconder sus palabras bajo la luz artificial del parking y el calor pegajoso del mes de Julio. Él se baja primero y extrae las maletas, mientras ella comprueba por décima vez la hora del vuelo en su plan de viaje. La acompaña hasta la puerta cabizbajo, al tiempo que su cerebro musita frases de arrepentimiento y excusas retrasadas; ella camina un par de metros por delante, tratando de mostrar esa entereza tan suya que ahora se desmorona paso a paso. “Un par de minutos y se habrá acabado” piensa, mientras rebusca en su bolso la cartera.
 Ante la puerta giratoria él se detiene y coloca las maletas a un lado. Ella trata de recogerlas evitando cruzarse con su mirada, cuando siente una leve presión sobre sus dedos; intentando agarrar el asa de la misma bolsa, sus manos se tocan y los dos sienten que no queda más remedio que enfrentar sus miradas, quizá por última vez. Cuando él se incorpora y tropieza con sus ojos, un río de fuego atraviesa su garganta, dejando escapar el inicio de una frase que muere ahogada por el estruendo de un avión que despega en ese instante: “Yo tan sólo quería…”
Ella contempla la expresión de su cara, ahora ojerosa sin la protección de los cristales de color verde botella, pero no es capaz de reaccionar ante la supuesta petición de clemencia. Sus labios, carnosos y coloreados en un tono rojo vino, dejan escapar únicamente un escueto “adiós” que resuena punzante en los oídos de quien, frente a ella, no es capaz de admitir que esa será, casi con total seguridad, la última vez que crucen sus caminos.
La noche se adueña del paisaje y enfría en cierta medida los estragos que el calor ha causado durante el día. De nuevo en la autopista, él conduce de vuelta a ninguna parte con la mirada encharcada y el corazón pataleando en su pecho. Un fogonazo de memoria le recuerda esa mirada que un día lo convirtió en esclavo, encadenado al calor de su sonrisa. Un segundo después, con el cuentakilómetros delatando el exceso de velocidad, apaga las luces del coche, cierra los ojos y se deja llevar atravesando la línea continua que marca el límite del asfalto.     

3 de septiembre de 2012

COMIENZA EL CURSO

Unas pequeñas tonterías para comenzar el nuevo curso con ánimo y la sonrisa en la cara, tras unas vacaciones que espero hayan sido provechosas en todos los aspectos. Gracias por seguir apareciendo por aquí de vez en cuando...





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