A grandes zancadas sobre las olas, con los tobillos mordisqueados
por la intensa frialdad del océano y dejándose envolver por ese olor tan
reconocible de la brisa, mezcla de algas y salitre. De esa manera solía pasear
por la playa, en soledad, sin importarle lo más mínimo el día ni la estación
del año.
Encontraron su cuerpo al
amanecer, un oscuro día de otoño. El mar la había devuelto a la costa, cerca
del acantilado en el que el agua, encrespada y violenta, descargaba su furia
contra las rocas. Incluso el murmullo de la espuma sobre la arena parecía
insinuar cuánto la echaba de menos…