25 de enero de 2012

LA GRAN RIADA


























Sucedió un jueves en medio de la primavera. Pocas veces había visto llover de forma tan enfurecida como en esa tarde. Ni siquiera cuando vivía en el País del Agua, donde el verde del paisaje te rodea y respiras en la vida la humedad del ambiente. Durante unas tres horas, el cielo se decidió a descargar su exceso de equipaje, sumiendo a una ciudad aparentemente segura en una situación de extrema emergencia que pocos olvidarán. Seguro que más de uno se habría asustado con los ensordecedores truenos que salpicaron de intranquilidad el inicio de esa tarde… porque en principio tan sólo llovía y todo hacía presagiar que tal como había venido, esa lluvia acabaría yéndose. Pero lo peor aún estaba por llegar.
El inicio de los acontecimientos me sorprendió en el trabajo, ultimando las tareas del día pues quedaba poco para cerrar, aunque todos nos vimos obligados a suspender nuestras obligaciones cuando el apagón definitivo dejó sin luz a la práctica totalidad de la ciudad. Resignado a pasar el rato de la mejor manera posible, me asomé a la ventana a medida que mi preocupación crecía, dado el espectáculo que contemplé en ese momento: la carretera se había convertido en un inmenso río, por el que discurría veloz una gran cantidad de agua cuesta abajo, mezclada con piedras, barro y cualquier otro objeto (incluidos automóviles) que pudiera engullir a su paso.
Poco después, como quiera que sin electricidad nuestro mundo se reduce a lo más primitivo, decidí que lo mejor era relajarme y seguir soñando despierto, pensado en qué estaríais haciendo durante esos momentos de catástrofe natural en los que te sientes más insignificante e indefenso ante el poder de la Madre Naturaleza. Y ocurrió lo inesperado: caí en la cuenta de que mi teléfono móvil no tenía cobertura en absoluto y era imposible llamar, no ya desde el propio móvil, sino tampoco desde las líneas fijas del edificio. Completamente convencido de que algo más que serio se estaba empezando a armar, busqué en algún cajón del despacho una radio con pilas, para confirmar tras un par de minutos de escucha que la cuidad se encontraba sumida en el caos, con víctimas mortales de por medio, tras lo que parecía ser una gran riada.
Las horas posteriores fueron tranquilas y a la vez colmadas de una extraña sensación de desasosiego, pensando en todos los problemas humanos y todas las consecuencias económicas que tantos litros de agua iban a acarrear. Pero por encima de todos mis pensamientos, siempre salió a flote la preocupación de saber si vosotros estaríais bien y a salvo de todo eso. No tenía teléfono (algo fundamental) ni agua (qué paradoja!) ni luz, pero necesitaba saber si las cosas por allí, por nuestra casa, estaban tan mal como por mi zona, en donde se palpaba la desolación y el desastre. Recordaré toda mi vida el hecho de haber estado involucrado (aunque fuera “de refilón” y protegido en la planta 7 de mi edificio) en una riada de tal magnitud, pero también recordaré ese sentimiento tan incómodo de no tener ninguna posibilidad de saber nada acerca de las personas que más quieres y más te importan, estando tan cerca de suceder algo inesperado sin ni siquiera poder decirles “adiós; os quiero mucho”

23 de enero de 2012

ÍNSULA

Se trata de un vídeo que muestra un recorrido espectacular por la isla de Tenerife. Se rodó durante un año y medio, empleando la técnica de timelapse, explorando los paisajes de la isla, sus montañas, playas, ciudades... Si duda un lujo, tanto para los que conocen el lugar como para quien no ha tenido la suerte de disfrutar de esta isla llena de luz y de contrastes. Dura casi 9 minutos, pero la belleza de las imágenes hace que valga la pena sentarse y disfrutar de las mismas. Seguro que no os va a defraudar... (gracias de nuevo,  M. A.)

Un film de Tomás Köster
Música de Davide Pasquali
Producción: Artiko. Estudio creativo

 
Ínsula from Artiko estudio creativo on Vimeo.

21 de enero de 2012

UNA ESCALERA

Serían las 4 de la madrugada (las 5 por la hora "nueva"...) cuando me desperté bañado en sudor y con un extraño zumbido que martilleaba mi cabeza sin descanso. En medio de la espesa oscuridad traté de alcanzar con mi mano el interruptor de la luz de la habitación. No fue hasta que la encendí cuando caí en la cuenta de que me encontraba solo en aquella cama. En medio de esa especie de amnesia y embotamiento que te lastra el cerebro recién recuperado del sueño más profundo, intenté reordenar las últimas horas transcurridas para que la cordura comenzara a disipar la niebla de la confusión que caía sobre mis ojos en ese momento.

Lo primero que atravesó mi mente fue un olor. Era agradable y al mismo tiempo me resultaba familiar. Sentado en la cama, no sin cierto temor a lo desconocido de la noche, dirigí mis pasos hacia el baño para refrescar mis ideas bajo un chorro de agua fría que tuvo el efecto de un aguijón en el lóbulo frontal. Sin embargo, el olor seguía presente. Tras una mirada desenfocada al espejo del lavabo, con la cara todavía humedecida, me costó reconocer la ropa que llevaba puesta en ese momento. Rara vez solía acostarme con pijama o algo parecido, pues el calor constante de esa casa era suficiente para mantener las constantes vitales sin la necesidad de prendas de protección nocturna, pero esta vez era distinto... Sintiendo un escalofrío que me recorrió de arriba a abajo la espina dorsal, fui consciente de que aquel recinto era totalmente desconocido. Me encontraba en una habitación que no era la mía, con una cama que nunca había aguantado el peso de mi cuerpo y con una camiseta y un pantalón que bien podrían haber sido de otra persona... aunque ahora cubrieran mi anatomía con una comodidad, como mínimo, desasosegante. Al menos, la camiseta desprendía una fragancia suave pero dulzona que, de manera apabullante, acabó por resucitar mi estuporosa conciencia ¡Eso era lo único que me mantenía conectado a mi mundo, a la realidad desnuda de mi cuarto caluroso y seco! El recuerdo de un registro oloroso grabado a fuego en mi pituitaria.
¿Cómo no había sido capaz de caer en la cuenta de que ese aroma era tu firma personal? Maldiciendo el imperdonable olvido, emprendí a ciegas el descenso por la escalera de caracol que conducía al piso inferior. No me encontraba en un lugar familiar, sin duda, pero de algún modo que no sabría explicar adiviné el camino que me separaba de ti entre la mínima luz que irradiaba del destello de una chimenea encendida, invadiéndolo todo de sombras fantasmagóricas. Allí estabas tú, cerca del fuego y las brasas chisporroteantes, con el cuerpo envuelto en una manta y esa expresión de fragilidad tan sensual que sí conocía; el reflejo anaranjado de las llamas maquillaba tus facciones, convirtiendo el conjunto de la cara en una imagen más bella, si cabe, de la que mostraba a la luz del día. Mi presencia jadeante te hizo girar la cabeza, regalándome una sonrisa que me supo a frescor en medio de una noche tan confusa.
    Te he estado esperando, pero dormías tan plácidamente que no te quise despertar -me dijiste, mientras te abrazabas a mi torso soltando tu manta protectora-
   Acabo de despertar completamente cuando te he visto sonreír de esa manera... 
Ahora comprendía por qué mi ropa olía así. Compartiendo entrelazados el lecho de esa fría habitación, el perfume de tu cuerpo se había adherido a mi ropa de una manera indeleble. Siempre me había gustado esa mezcla de esencias florales, pero en ese instante comprendí que permanecía instalada en mi memoria desde el primer día en que te acercaste y pude oler tu cuello. No llegaba a entender cómo había sido capaz de olvidar, ni siquiera por un momento, la sensación de felicidad que colapsaba mis sentidos al tenerte cerca. Me convencí de que sería culpa del sueño y la noche tan extraña que se desplomaba ante nosotros, pero ahora podía sentir tus caricias a mi lado, compitiendo en calidez con el fuego que mantenía habitable aquel frío salón. Me acomodé contigo en el sofá, cerré los ojos y me dejé llevar por el susurro de tus palabras en mi oído.
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No había sonado el despertador y la oscuridad llenaba todavía cada esquina de la casa. Serían cosas del cambio de hora. Me despertaste con un beso infantil en la mejilla, recordándome que llegaría tarde a mi cita de esa mañana. Cuando conseguí despegar mis ojos y adivinar tu silueta, todo volvía a ser identificable y familiar: la cama, el calor pegajoso de la habitación, los muebles... y mi cuerpo desnudo. Respiré hondo al mismo tiempo que el agua de la ducha desentumecía mi musculatura y mis dudas ¿Un sueño? ¿Un recuerdo del pasado? Sin tiempo para reflexionar sobre lo ocurrido, apareciste como por arte de magia en el baño con un vaso de zumo de naranja en una mano y una tostada con mermelada en la otra. Llevabas un vestido precioso de Hervè Leger que parecía estar hecho a la medida de tu silueta, realzada por esos zapatos de interminable tacón de color amarillo que tanto me gustaban. Al mismo tiempo que te volviste a mirar al espejo por enésima vez,  te dirigiste a mí y dejaste escapar una sonrisa entre tus labios...
   Recuerda que esta tarde iremos a ver esa casa tan bonita que nos recomendó tu amigo; adoro la idea de vivir en un sitio con chimenea y escalera de caracol...
Las palabras retumbaron en mi interior con el eco de cientos de tambores. Tan sólo pude alcanzar tu cintura y abrazarte como nunca lo había hecho. Volví a bucear entre tus cabellos y, llenando mis pulmones con las partículas de tu perfume, comprendí que iba a vivir el día más maravilloso de mi existencia a tu lado.

19 de enero de 2012

EL FARO

Precioso y conmovedor vídeo sobre la relación entre padres e hijos y el ciclo de la vida. Me ha hecho reflexionar y, al mismo tiempo, recapacitar acerca de la manera en la que vemos a nuestros padres y cómo cambia esta percepción cuando tú te conviertes también en "padre". Se invierten tus prioridades y uno es más consciente de determinados aspectos de la vida a los que antes no se les otorgaba importancia...
Espero entregar a mis hijos esos valores que, de modo inconsciente, vas adquiriendo en el viaje diario que junto a tus padres inicias al llegar al mundo. La tolerancia, el respeto, la libertad, el orden, la responsabilidad de tus actos... Pequeños tesoros que nos entregan desde la infancia y que debemos guardar para obsequiar también, en un futuro, a nuestros hijos.
Merece la pena verlo hasta el final y concluir que la historia que nos muestra es, en esencia, la vida misma.   

17 de enero de 2012

WORD AS IMAGE

Bajo estas líneas puedes ver el vídeo de promoción del libro “Word as Image” que acaba de salir a la venta. El libro es obra del coreano Ji Lee(@pleaseenjoy en Twitter), y plantea un reto: “crear una imagen de una palabra, usando las letras de la propia palabra” y una regla “usar sólo los elementos gráficos de las letras sin la adición de elementos externos“. Basado en las “Imágenes-palabra” de Ji Lee, Bran Dougherty Johnson (en Twitter@bran_dj) ha realizado esta animación que sirve de pieza promocional del vídeo e incluso abre una nueva dimensión a esta obra.
El libro se puede adquirir on-line a través de esta página (vía EE.UU.)


(Fuente: Pixel y Dixel)

15 de enero de 2012

HUIR



He vuelto a oírlo. Lo oigo a diario y no puedo disimular ni soy capaz de ignorarlo. Mi cabeza insiste en recordarme a todas horas que tengo que huir. Escapar de esta humillación, marcharme al extranjero del mundo, a los confines del universo, a una distancia desde la que este planeta no sea suficientemente grande. Huir de la falsedad que me rodea, para poder borrar la sonrisa de payaso que he pintado con tinta indeleble en mi cara. Las frases resuenan cada vez con mayor intensidad y estoy empezando a planear la fuga de mi propia existencia.
Es un pensamiento que habita en el interior de este cerebro que me ha tocado en la tómbola de la vida, pero… qué difícil resulta hacerle caso a tu conciencia y llevarlo a cabo. Quisiera tener valor suficiente para encontrar el letrero de “salida”; correr sin mirar atrás hasta que los pies ensangrentados manchen de rojo la carretera. Llegar a ninguna parte y encontrarme conmigo mismo, para comenzar de nuevo, definiendo mi mundo de otra manera: aquella en la que no tenga que doblegarme ante el dominio de la mentira y en la que la hipocresía no sea moneda de cambio habitual. Podría conseguirlo, pero algo me dice que ya es demasiado tarde… El miedo se ha acomodado en mi sala de estar y ya ni los sueños son capaces de asustarlo.
Tendré que seguir esperando una oportunidad para abandonarlo todo. Abandonar mi cobardía, decapitar a mis engaños y defenestrar esta vida de cartón piedra en la que ya ni siquiera los personajes principales se creen su papel. Mi maleta tendrá cabida solamente para una sonrisa, dos verdades y un puñado de decisiones correctas. Me llevaré también la receta para ser coherente con mis actos y alguna chispa de confianza. Y pienso dejar en un rincón la sombra de ese pasado que tanto llama a la puerta, porque en el lugar al que quiero llegar no necesito recuerdos de los que cuelguen las cadenas de grandes errores.
Ese momento llegará tarde o temprano. Me iré sin despedidas y sin previo aviso. Huyendo de esta maraña de comentarios y de miradas despectivas. Huyendo de ti, que has conseguido que no pueda respirar ni un minuto el aire de la verdad que un día inundaba mi tiempo. Huyendo incluso de mí mismo: un ser extraño al que, a base de disfrazarse, ya no conozco.
Solo me queda trazar la ruta que me lleve a encontrar algo de felicidad y bienestar. Tengo todo a mi favor: mi corazón conoce el camino…

10 de enero de 2012

ME RINDO

No puedo finalizar. Estoy exhausto. Nunca habría deseado alcanzar la meta en esta carrera de nuestra vida en común, pero tú me has llevado por el único camino que conducía a ella. Una maratón de desidia, sinsabores y desamor que ha consumido todas mis reservas de glucógeno sentimental, hasta el punto de que ya no me queda energía para un simple “te quiero” y una caricia se convierte en un esfuerzo sobrehumano.
Al principio comencé en buena forma. Poseía un estado físico adecuado para la distancia, forjado con la experiencia de alguna relación previa que entrenó mis emociones y fortaleció mi autoestima. También estaba preparado desde el punto de vista psicológico, pues había aprendido de nuevo a sonreír y dominaba la técnica de carrera en compañía, tanto en cortas como en largas distancias. Por eso decidí correr a tu lado, sin importarme la marca a batir ni el ritmo que fueras a imponer, convencido de poder afrontar el reto.
En los primeros meses, mi cadencia se acompasaba con la tuya y los kilómetros avanzaban con facilidad. Nuestra frecuencia cardiaca era algo elevada, aunque no había motivo por el que preocuparse. Pero tu cambio de ritmo me pilló con el pie cambiado: comenzaste a esconder tus besos y a regatear atenciones, de manera que me fui quedando rezagado y la distancia entre ambos se fue incrementando con el paso de los días. De hecho, llegados al primer avituallamiento, mi necesidad de líquido y de cariño era anormalmente elevada. Y mi organismo sufrió ese déficit: ya cansado de tus silencios y con agujetas en mi deseo hacia ti, las piernas no me respondían y un simple día sin hablarnos se hacía tan duro como una cuesta arriba. No había transcurrido ni la mitad de la prueba y tu silueta se difuminaba, cada vez más alejada de mi posición, que ya no compartías ni a la hora de irnos a la cama.
Desde ese momento hasta hoy todo han sido obstáculos en la pista; tú has seguido veloz, sin mirar atrás, imponiendo un ritmo demasiado elevado para mi umbral aeróbico. Mi corazón se ha perdido tratando de progresar hacia tu incomprensión y he olvidado ese afán competitivo de pelear por alcanzarte en cada zancada. Por eso vislumbro, agotado, la pancarta que señala el final de esta competición, en la que has conseguido la medalla de oro al egoísmo.
Al igual que en el deporte, contigo siempre creí que "lo importante era participar". Participar en tu vida, ser protagonista de tu pasión y objetivo de tu mirada. Pero me has ganado, llevándote como trofeo un parte de mi alma. Ya no quiero formar parte de tus victorias.   

8 de enero de 2012

PEOPLE ARE AWESOME (DON´S VERSION)

Hace algunos meses colgué en este blog un video similar a éste, en el que se podían apreciar retos y hazañas espectaculares de gente que tiene la capacidad, la valentía y la determinación de proponerse (y cumplir) objetivos que al resto de los mortales ni se nos ocurriría intentar. Dichos retos pueden ser más o menos arriesgados, estúpidos o innecesarios, pero no cabe duda de que verlos y saber que se han logrado (siempre hay que tener en cuenta los posibles fakes) te deja una cara de sorpresa similar a la que se me ha quedado a mi tras darle un repaso a estas imágenes (atentos a los últimos 10 segundos... yo casi me caigo del susto)


 

6 de enero de 2012

PARA RECORDAR

A. Rodin (1840-1917): "El beso" Museo Rodin. Paris
11:27h de la mañana. Sobresaltado por el zumbido de la alarma abrió los ojos, todavía tumbado boca abajo en la cama, con la sensación de haber dormido cien horas. Nada más despertarse, echó un vistazo desde su ventana a la calle que, a esa hora, rebosaba actividad y tráfico. Un día como cualquier otro en medio del frío invierno. Al menos eso parecía, aunque sabía con certeza que no sería así.
Se había levantado más tarde de lo habitual. Antes de abandonar el hotel, disfrutó de una cálida ducha y un desayuno saludable, que no hicieron otra cosa que reforzar su intención en esa mañana de vender simpatía y buen humor por el precio de una sonrisa. Mientras se colocaba la bufanda y ajustaba unos guantes del color de sus zapatos, sintonizó la emisora de la felicidad en el dial de sus sentimientos y se dispuso a disfrutar de una jornada que, según sus presagios, tenía pinta de convertirse en una fecha que recordaría durante mucho tiempo.
Tomó un taxi que lo llevaría al aeropuerto. Su vuelo llegaba con retraso, pero qué suponían tres horas más después de haber esperado casi un año para verla de nuevo. Durante el trayecto, con la música de U2 sonando de fondo en la radio, recordó cómo la había conocido, durante su último año en la facultad. Solían coincidir en la biblioteca que ambos frecuentaban para estudiar, aunque sus carreras universitarias no tuvieran nada que ver en absoluto. Tras un inicio dubitativo, muy alejado del sobrevalorado amor-a-simple-vista, se convirtieron en imprescindibles el uno para el otro. Así como el día y la noche, la luz y la oscuridad se necesitan para definirse y existir como tal, ellos no podían definirse ni existir sin su complemento. Y recordó una frase que solía decirle y que, a base de repetirla, pervivió en su mente durante mucho tiempo: que ella le había robado su corazón y lo había encerrado en una habitación llena de sonrisas, para después tirar la llave en el océano de su mirada. Habían pasado ya cinco años, pero hoy revivía de nuevo esa sensación del amor fresco e inocente que se experimenta en los primeros meses de una relación, con una mueca de felicidad pintada en la cara.
Descendió del coche y sintió en la cara el calorcillo de ese tímido sol de invierno que pide permiso a las nubes para desperezarse. Antes de acceder a la terminal de llegadas, miró impaciente el reloj. Cada vez quedaba menos para celebrar la Fiesta Nacional en su casa, porque ella llegaría para iluminar esa tarde de Enero con su sonrisa, para dejar que la abrazase y por un momento sentir que había ganado la batalla a la soledad, para colorear un tiempo que sin ella solo aparecía en blanco y negro, para… El anuncio de la llegada del vuelo aceleró su corazón y tuvo que respirar hondo para calmar al manojo de nervios en el que, por momentos, se estaba convirtiendo.
El tiempo se ralentizó de manera insoportable hasta que ella apareció tras la puerta de la zona de equipajes, buscándolo entre la muchedumbre nerviosa que se arremolinaba a la espera de sus seres queridos. Al verla, comprendió de inmediato el motivo por el que habían valido la pena esos once meses de espera, los días de aburrimiento, las horas pensando en su manera de ser, dulce y atractiva y bastantes segundos de desesperación y frustrante soledad.
Se fundieron en un abrazo y un beso cuya onda expansiva hubiera podido hacer temblar los cristales del edificio. No hicieron falta palabras; con sus respectivas miradas, una caricia desprendida de una mano temblorosa y como respuesta, la cabeza inclinada sobre su hombro,  estaba todo dicho.   

4 de enero de 2012

MGB, S. A.


En la sala de reuniones se respiraba aquella tarde un ambiente extraño. En un par de horas se iba a convocar una Junta de Accionistas Extraordinaria, que entre otros asuntos daría cabida a la solicitud para llevar a cabo una -no muy remota- suspensión de pagos en la empresa. La progresiva recesión y el descenso en la demanda, con la pérdida consecuente de beneficios, hacía pensar en un futuro en el que la quiebra ya se contemplaba como única alternativa.
Los tres accionistas mayoritarios, propietarios del negocio desde su fundación hacía muchísimos años, se afanaban por transmitir una falsa sensación de seguridad. Garabateando extraños dibujos y frases inconexas sobre los papeles que tenían delante, se removían nerviosos en sus sillas. Finalmente, M. exclamó preocupado:
No podemos presentarnos hoy en la Junta con las manos vacías y sin aportar alguna solución. Sería nuestro final…
G., el más sensato de los tres, replicó con la mirada perdida:
Lo peor de todo es que algunos ya han empezado a sospechar que les estamos engañando; imagino que querrán traspasar la empresa a manos seguras. A sus padres, por ejemplo…
—¡No lo permitiremos! -gritó B. incorporándose de un salto y desparramando por el suelo el enorme saco de caramelos que tenía a su lado-
—¿Y cómo vamos a evitarlo? -inquirió M.- Si nos hemos quedado sin stock y ya no disponemos de activo. Os recuerdo que ha habido que vender todos los juguetes para pagar a nuestros proveedores chinos. Además, los bancos ya no se creen nuestras promesas y nos advirtieron que el crédito del año pasado sería el último…
G. tomó de nuevo la palabra, pero esta vez una sonrisa malévola iluminó su rostro, rematado por una espesa barba gris:
Señores, ¡tengo una idea! Esta noche iremos a los almacenes centrales de nuestra empresa rival, Santa Noel, S. L. Despistar a los elfos vigilantes será pan comido. Le vamos a robar a ese gordo de nariz colorada todo el material que contienen sus naves. Habremos salvado la temporada y, en aras del Espíritu Navideño, nadie podrá culparnos del robo. ¡Y menos a nosotros tres!
M. y B. permanecieron pensativos durante un instante:
Está bien -concluyó B.- Es la única opción que nos queda. El único problema va a ser pasar desapercibidos. La corona, los pajes y los camellos son un poco difíciles de camuflar…

2 de enero de 2012

NO LO HAGAS...

De nuevo no me puedo resistir a mostraros este artículo tan ingenioso y mordaz publicado hace ya algunos meses en el blog de Mikel López Iturriaga, "El Comidista". Suscribo todas y cada una de estas recomendaciones, e incluso añadiría alguna, como lo de cantarle el "cumpleaños feliz" a alguien de tu mesa (o sumarse a la canción de otros...), solicitar un postre y dos cucharas para compartirlo, pedir un plato pero decirle al camarero que le quite los ingredientes que no te gustan ("para mí sin pepino, por favor...") o dejar una propina que no daría ni para comprar un paquete de pipas. Vale la pena leerlo, disfrutar e incluso bucear un poco en los enlaces que nos proporciona este magnífico bloguero.   

Cosas que nunca debes hacer en un restaurante
Por: Mikel López Iturriaga
A todos nos gusta salir a comer o cenar, y a todos nos disgustan las experiencias negativas cuando vamos a un restaurante. Sin embargo, a veces los propios comensales somos en alguna medida responsables del desastre, al no seguir unas mínimas normas básicas que nos ahorrarían frustraciones a nosotros y a nuestros compañeros de banquete. Hace ya meses, el bloguero estadounidense Adam Roberts reunió sus "10 cosas que estás haciendo mal en los restaurantes" en un artículo para el Huffington Post, y desde entonces he querido escribir mis recomendaciones. Éstas son las nueve cosas que yo nunca haría:
1.- Comerte lo que te echen: Si algún plato tiene una falta grave, debemos tragarnos las vergüenzas y devolverlo a la cocina explicándole por qué al camarero con mucha educación. En el fondo, le estamos haciendo un favor al restaurante, que así podrá corregir el error, mejorar y a la larga ganar más dinero. Desde luego que la reclamación ha de estar acorde con el establecimiento: no se puede exigir igual en una casa de menú a 9 euros que en un restaurante gastronómico de a más de 100. Pero es precisamente en los sitios finos donde nos reprimimos más a la hora de quejarnos quizá por el miedo a pasar por ignorantes, cuando debería ser justo lo contrario.
2.- Pedir la carne muy hecha: El cocinero neoyorquino Anthony Bourdain lo cuenta en sus 'Confesiones de un chef': los restaurantes destinan los peores trozos de carne a los clientes que la piden muy hecha. Es mucho más fácil de camuflar una mala pieza si se sirve requetepasada, mientras que en las carnes al punto o sangrantes el engaño es más complicado.
3.- Ignorar las temporadas: Todos lo hemos hecho alguna vez, pero no existe vía más directa al fracaso que elegir un plato con ingredientes (sobre todo verduras y frutas) que no estén en temporada. ¿Ensalada de tomate en invierno? Tomarás poliespán teñido de rojo. ¿Alcachofas con jamón en verano? Serán de bote y habrán fallecido víctimas del ácido cítrico. ¿Fresas en otoño? De la Conchimbamba y a precio de oro. Si se desconoce el calendario, lo mejor es preguntar si el ingrediente principal del plato es fresco y local, o guiarse por un principio básico que casi siempre se cumple en las verduras: hojas, otoño-invierno; frutos, primavera-verano.
4.- Ser tiquismiquis con los ingredientes: Cuando te pones plasta con los ingredientes de los platos -”¿puede ser sin aguacate, sin cebolla y sin comino, que no me gustan?”- no sólo estás irritando a los demás comensales al alargar las peticiones con tus dudas. Si el cocinero accede a quitarlos, es más que posible que destruyas el equilibrio que él buscaba al preparar la receta. Cuando no te gusta algo de lo que lleva un plato, mejor pedir otra cosa. Y si no te gustan muchas cosas, quédate en tu casa, pide cuentas a tus padres por no haberte enseñado a comer como Dios manda o espabila de una vez, que ya no tienes 10 años.
5.- Ir a fumar o al baño cuando no toca: Las saliditas a fumar o al baño deben hacerse siempre en momentos en los que no interrumpan el ritmo de la comanda o del servicio. Si vas antes de empezar a comer, hazlo después de haber pedido para que no se retrase el proceso por tu culpa. Durante la comida es de pésima educación largarte a echar un cigarro y obligar al resto de la mesa a esperar tu vuelta para el segundo o el postre. No es una cuestión de intolerancia, sino de respeto al prójimo.
6.- Confundir al camarero con un amigo (o con un enemigo): Gracias a sus indicaciones, consejos y amabilidad, los buenos camareros logran que la experiencia de comer fuera sea mucho más placentera. Lamentablemente, son una especie profesional en peligro de extinción, puesto que muchos hosteleros piensan que no se necesita ningún tipo de talento o cualificación para desempeñar dicha tarea. En este contexto, conviene mantener una relación cordial con los que te están sirviendo -mostrarse maleducado acaba jugando en tu contra-, pero sin ceder a la presión de sus recomendaciones -pueden ir encaminadas a endilgarte cosas que deben salir de la cocina o a clavarte en la cuenta. Ten en cuenta lo que digan... pero pide lo que te apetezca.
7.- Pedir pescado un lunes: En los tiempos en los que la mayoría de la gente compraba en los mercados, esto no hacía falta ni explicarlo. Pero con la implantación de los súper y su obsesión por darlo todo todos los días, se nos ha olvidado que los lunes no hay pescado fresco. Consecuencia: si ese día de la semana comes algo en un restaurante que haya salido del mar, será congelado o de hace días.
8.- Usar el móvil: Poco tengo que añadir a lo dicho por la escritora Elvira Lindo en un artículo reciente. Estar con el móvil adelante y atrás durante una comida no sólo es de mala educación, sino también una soberana horterada. Además de llenar el buche, cuando comemos estamos disfrutando de un placer y comunicándonos con nuestros compañeros de mesa. Y las llamadas, los mensajitos, los whatsapp y los tweets interrumpen ambas cosas. Al 99,9% de tus comunicaciones no les pasa absolutamente nada por esperar hora y media, así que silencia tu iPhone y deja de molestar.
9.- No mirar la cuenta: Algunas personas consideran una vulgaridad comprobar que la cuenta está bien; otras pasan por simple descuido. Todas ellas se arriesgan a pagar platos o bebidas que no han consumido. Los restaurantes no tratan de metértela doblada -bueno, unos pocos sí-, pero un camarero demasiado ajetreado puede cometer errores en el recuento. No se trata de ponerte a sumar como si fueras un contable o un descendiente de Mr. Scrooge: basta con asegurarte rápidamente de que la lista es correcta.


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