La biblioteca de la facultad era
un lugar muy frecuentado en aquella época del año. Desde muy temprano se iban ocupando los
sitios libres, bien con su propietario temporal o bien dejando
en el lugar algún libro o unos apuntes que anunciaban de modo tácito que ése ya
se consideraba "terreno conquistado". El resultado era siempre el mismo: no
pasaba ni una hora desde su apertura y la sala se encontraba completamente
poblada por un conjunto heterogéneo de estudiantes con un objetivo común, que
no era otro que el esfuerzo intelectual en busca de una buena nota en los
exámenes finales.
Yo formaba parte de ese grupito
de habituales que escogía aquel recinto para estudiar. Me había acostumbrado a
llegar más temprano de lo normal, con lo cual mi puesto estaba asegurado por
madrugador. Pero había algo de comodidad y de superstición en aquella decisión:
por alguna razón que no acerté a descifrar, la biblioteca me proporcionaba
mayor concentración y mejor disposición al estudio que en casa; quién sabe incluso si un mejor
rendimiento para encarar ese día a día al que me enfrentaba, a fin de superar las asignaturas
de aquel curso. No era de extrañar, pues, que mi hábitat natural durante los
meses finales estuviera situado en ese lugar, donde tantas horas se
consumieron entre subrayados, esquemas y anotaciones.
Duró solamente unos días, pero recuerdo
como si fuera ayer esa semana de Junio en la que mi voluntad para el estudio,
mi responsabilidad académica y mis prioridades quedaron severamente perjudicadas,
mermadas bajo el influjo de una belleza de dañinos ojos negros y larga melena
oscura, cuya presencia en la biblioteca tuvo un recorrido más fugaz del que yo
hubiera deseado y de la que nunca llegué a conocer ni siquiera su nombre.
Tamizada por el misterio y el paso de los años, aquella chica de tímidos
modales sigue en mi mente, esbozando esa sonrisa demoledora que trataba de
esconder a duras penas cada vez que mis ojos, al levantar la cabeza de los
apuntes, se cruzaban con los suyos. Recuerdo de modo especial un momento
mágico, cuando a primera hora aparecía tras la puerta y yo la observaba caminando de manera sensual y
desenfadada hasta ocupar su lugar en las mesas de estudio, rezando desesperado
para conseguir el premio gordo en la lotería del día y que su sitio estuviera
próximo al mío… o al menos a tiro de mi mirada. Cuando eso sucedía, la mañana
transcurría entre despistes, risas furtivas y gestos infantiles. No hace falta
mencionar que el cerebro ignoraba el temario correspondiente, aunque la imaginación
se desbordaba, embriagada por su olor, inventando encuentros casuales y veladas
interminables.
Quizá nunca tuve suficientes
motivos para enfrentarme cara a cara a su mirada; en realidad no hay que buscar
ninguno en especial para entablar una conversación que prenda la mecha de una
relación más duradera… Quizá estaba confundiendo “motivos” con “arrojo y
valentía” en mi embotado estado mental, pero ella tampoco hizo nunca ademán (a
veces los árboles de la inocencia no te dejan ver el bosque de la experiencia…)
de estar interesada en aquel alumno que consumía horas allí sentado poniendo
cara de tonto mientras contemplaba su silueta. Me consuela creer que,
compitiendo ambos en la batalla del flirteo, ella estuviera esperando por parte
de su adversario un primer paso adelante que nunca tuvo lugar, pues desapareció
de aquel edificio a los pocos días, dejando una estela de tristeza en mi afán
desesperado por encontrarla de nuevo alguna vez.
Siempre he pensado que me faltó
confianza y me sobró timidez para lanzar una excusa con la finalidad de
conocerla. Lo cierto es que nunca fui capaz de asomarme a su vida, a pesar de
tenerla tan cerca durante esos siete días de pasión silenciosa e inadvertida.
Me quedo con el precioso recuerdo de un puñado de mañanas en las que ella se
adueñó de mi pensamiento, dejando para mi historia emocional una relación
ficticia que viví de un modo intenso y peculiar. Nunca sabré si ella sintió
algo parecido en el breve instante en el que coincidimos en el mismo universo, sincronizando nuestro viaje y colisionando a la velocidad de la luz sin desprender ni un ápice de energía.
2 comentarios al respecto...:
Ya te comenté en un E-mal que yo(por suerte) tambien pase por algo así. Y lo más frustrante cuando ella "se perdió" fué el no haberle dicho algo. Coño!!! Tenía que haberlo hecho...
Mi tema para este relato es: "All Roads" de TINA MALIA.
Coño....!!! Por qué no le hable...
No te arrepientas de no haberlo hecho. Seguro que tuviste un buen motivo para no hacerlo... No se trata de una justificación ni de un consuelo; la vida nos lleva por el camino que nosotros vamos eligiendo y en cada encrucijada hay que tomar una decisión. Yo creo que no puedes acertar en todas, pero al fin y al cabo son las que has tomado. Y no se puede estar siempre volviendo la vista atrás.
Gracias por la canción y por tu comentario. Un abrazo
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