Hoy he vuelto a levantarme tarde.
Pasan los días y este círculo vicioso en el que me sumerjo es cada vez más
profundo. Me estoy acostumbrando de un modo muy peligroso a vivir hasta altas
horas de la madrugada, sin que el sueño aparezca ni siquiera para acariciarme
con su mano pesada y cálida. Las horas transcurren silenciosas, con una calma ficticia
que me envuelve y no deja de amenazar cada minuto que paso con la mirada
perdida en tu foto.
De una manera o de otra, mi
porción de horas desconectado del mundo se vuelve más pequeña día a día. Ni
siquiera el cansancio o el aburrimiento son capaces de transportar mis huesos
hasta el dormitorio: demasiados recuerdos encerrados entre esas cuatro paredes,
con tu olor incluido tapizando cada centímetro de la habitación. Me obligo a
subir las escaleras y atravieso la puerta con la luz apagada. Desganado,
consigo recostarme sobre la cama y miro el reloj de nuevo; es la séptima vez en
tres minutos. Parece que el tiempo se haya detenido con la puesta de sol y tras
ella, la noche consiga ralentizar los minutos. Relatividad lo denominan algunos…
Todavía sigo despierto y ya se escuchan de fondo los primeros cánticos de los
pájaros más madrugadores; en el fondo me ayudan a concentrarme en conseguir mi
objetivo.
Cuando el cuerpo no aguanta ya
tanta vigilia, los ojos claudican y la mente me arrastra hacia el mundo del
inconsciente. Allí donde los sueños establecen su campo de batalla. Allí donde
te puedes encontrar con el peor de los monstruos como protagonista de una
pesadilla que te atrapa entre sus garras, embebiendo tu piel en sudor frío,
para despertarte de modo súbito cuando ya todo parecía no tener remedio. En mis
cortas noches desde que te has ido, apenas he sido capaz de soñar despierto
imaginando que seguías apreciando mis caricias.
Es curioso que recordemos de
manera tan vívida lo que sucedía un segundo antes de ese sobresalto en medio de
la oscuridad; si uno consigue conciliar el sueño de nuevo, cuando vuelve a
despertar no lo tiene ya tan presente. Como si una brigada mental interior se encargara
de borrar esos recuerdos nocivos que interesa extraer cuanto antes de la
psique. Lo cierto es que no siempre son perjudiciales. A veces también volvemos
a la realidad en el momento de mayor gozo y disfrute durante un sueño placentero.
La conclusión es que, en ambos casos, una mano invisible aprieta el gatillo que
dispara la bala que nos hace despertar. Una bala protectora, en este caso.
Ni que decir tiene que no pongo
el despertador para que suene a alguna hora en concreto. Mi propio ritmo
corporal se encarga de abrir un ojo y comprobar que de nuevo se ha hecho muy
tarde para tomar el primer café de la mañana. Desperezarse da una pereza
espantosa y con un cigarrillo se encienden también las ganas de ponerse en
marcha de nuevo.
Y así día tras día. Días largos y
noches cortas, que me han ido convirtiendo en una caricatura de mis mejores momentos a tu lado. Un insomne con pocos reflejos que tiene marcada a fuego en su
expresión la falta de descanso. Esa misma expresión demacrada y ojerosa que me
suplica desde el espejo todas las mañanas y todas las noches para que vuelvas.
2 comentarios al respecto...:
Leí unas frases que dicen:
"El insomnio se cura durmiendo junto a esa persona por la que no puedes dormir".
"No es insomnio, es falta de ti".
"No es insomnio, eres tú que no sales de mi mente".
"Antes eras la causa de mis dulces sueños,ahora la razón de mi maldito insomnio".
Todas ellas perfectas para este relato.
Mi canción para este relato:
"Redeemer" de Steven Sharp Nelson.
https://www.youtube.com/watch?v=H4Ez0_qtOsc
Un saludo.
Preciosas frases, Lino. Me quedo con la más sencilla: "No es insomnio, es falta de ti". Cuánta razón tienen esas palabras. Esa imposibilidad de conciliar el sueño que surge cuando echas tanto de menos a alguien, que ni siquiera puedes conformarte con soñarla.
La canción, de las más bonitas que has aportado a este blog. Maravillosa...
Gracias y un saludo!
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