3 de agosto de 2016

GALLETAS


No puedo. De verdad, lo intento, pero al final acabo rindiéndome a la más absoluta de las evidencias. Me prometo a mí mismo: “Olvídalo, es imposible. Deja de molestar con tus patrañas y tus sentimientos inventados...” Y es cierto que, en parte, lo consigo. Pero basta con que te vuelva a ver, para sentirme atrapado entre cadenas invisibles y mordazas transparentes, que no me permiten ser yo mismo. Porque eres una luna que me avasalla con su influjo, afectando a las mareas de mis pensamientos y eclipsando mi sensatez con tu mirada.

No, no puede ser. Seguro que ni te planteas todos estos trastornos que tú solita induces en mi anatomía. Reconozco que cada vez lo llevo peor, porque me mata mi propia conciencia cuando me abofetea, recordándomelo: "Joder, es que esa mirada te delata a la legua. Se daría cuenta hasta un ciego!" Y lo cierto es que no puedo esconder algo tan obvio. Cuanto más intento normalizar mi comportamiento, es cuando peor respondo ante la abrumadora adversidad de tus ojos. Ni siquiera soy capaz de mantener el hilo de la conversación, haciendo denodados esfuerzos para no perderme todo lo que me dices, a pesar de que mi cabeza se encuentra en una nebulosa, con el sonido de tu voz de fondo, a mil kilómetros de distancia.

Solo quiero que sepas que hoy ha vuelto a suceder. No es nada especial: sucede casi a diario, porque mi cabeza retiene la foto de cada encuentro, fortuito y fugaz. Con un vestido amarillo largo, con otro diferente con flores, o con el negro más largo; con el pelo recogido hacia arriba derrochando sensualidad y belleza, con el pelo suelto resbalando sobre tus hombros... Mil estampas de una misma situación, que retengo como pequeños tesoros que vuelven a mi mente una y otra vez. Insisto: imagino que no eres consciente, pero ocurre. Y lo que peor llevo es que no soy capaz de hacer nada para impedir que acontezca. Te veo, da igual si de cerca o de lejos, porque la atracción no depende de la distancia que se extienda hasta tu cuerpo, y mi sistema nervioso entra en "modo alarma" DEFCON 4, con todas sus funciones cercanas al colapso. Entonces, de la manera más esperada pero siempre inesperada, esbozas una sonrisa que estalla contra mi pecho, destrozando con su onda expansiva mis, ya de por sí, exiguas defensas. Y me rindo a tu mirada, al tiempo que me saludas, casi siempre con dos besos que me saben a dulzura, a regalo y a optimismo.

No quiero permitirlo, pero la situación acaba por ganar la batalla. Eso es lo que sucede: rendido a ti, intentando que no se me note demasiado el temblor que me recorre, impidiéndome manejar con certeza mis funciones motoras superiores. Intentando vencer la fuerza que me llevaría a abalanzarme en tus brazos, para no querer soltarme en las dos horas siguientes. Intentando liberarme del hipnotizante sonido de tu voz y de tu acento, y enredándome cada vez más entre los rizos de tu melena. En definitiva, sintiéndome un monigote que claudica ante tanta belleza, esclavo de una atracción que me aturde, a la vez que descompone mi frágil equilibrio emocional.

Pero hoy era un día tranquilo, uno más entre la irritante superficialidad que rodea una existencia a la que ya no me ha quedado más remedio que acostumbrarme. Y apareces, acompañada por ese aura de atracción que te rodea, y pones patas arriba mi rutina, arrancándome una sonrisa en donde antes no había más que escepticismo. Entonces, necesito desviar mi mirada, evitando tu cara, porque me queman esas dos pupilas, mientras me cuentas algo que no soy capaz de procesar. Y no pienso, no respiro, pretendiendo que el tiempo se pare en ese momento para quedarme a solas contigo para siempre.

Nada más y nada menos, en un instante que pasa desapercibido, pero que deja una impronta difícil de borrar. Todo esto es lo que cabe en un paquete de galletas...


27 de diciembre de 2015

HIPOCRESÍA


"No me lo puedo creer"; "Nunca pensé que se iba a comportar de esa manera"; "Eso no es propio de una persona de su talante". Muchas veces definimos un concepto a la ligera, damos por hecho la asunción de una determinada conducta, anticipamos una situación, o bien justificamos un carácter, dejándonos llevar por ciertos prejuicios y estigmas. Lo habitual es que estos convencionalismos estén impuestos por la sociedad en la que vivimos, aunque a veces nos los implantamos nosotros mismos y tendemos, por lo general, a infravalorar ese resultado, esa escena, o a ese individuo. Es entonces cuando, tratando de jugar a las adivinanzas de un modo un tanto miope, se nos desprenden por el camino algunas de las cualidades que definen o justifican esa acción, o bien nos quedamos en lo superficial al evaluar ese talante con cierto marchamo de especial.
Todo esto viene a cuento porque me resulta muy llamativo un hecho que se repite con asiduidad en nuestras relaciones humanas: el mundo que nos rodea crea una imagen de alguien y, a partir de esa foto fija, establece el patrón de comportamiento que sería esperable para ese individuo, basándose en endebles criterios que tienen mucho más que ver con un costumbrismo mal entendido en el seno de la manada. En esta tesitura, el que se intenta mover -rebelándose contra esa imagen impuesta y descuadra la pantalla- se ve irremediablemente abocado a la crítica velada y al mayor de los escrutinios públicos de sus congéneres, aunque ese juicio se circunscriba solo a su pequeño círculo de influencia. De ahí brotan frases como las del principio de este texto, cuando sobreviene la perplejidad y demostramos, de manera pueril, que estamos muy mal preparados para salirnos de los límites, para aguantar a la mosca cojonera que nos da la lata con su zumbido; en definitiva, para afrontar el cambio. Un cambio que, dicho así en general, gestionamos de un modo precario en la gran mayoría de las situaciones en las que la vida nos intenta colocar fuera de nuestra “zona de confort".
En efecto, si reconocer errores propios y ser capaces de adaptarnos resulta una tarea ardua, no es menos cierto que en este país todos jugamos muy bien a ese deporte tan arraigado y tan nuestro que es la crítica más gratuita y la envidia más mezquina; extendemos de esta manera una inquina y un desprecio basados en la más reprochable de las justificaciones. Sirva como ejemplo ese manido y repugnante "...como a mí me lo han hecho, yo también lo hago" que se entona apelando a una conveniente Ley del Talión, o el tristemente famoso "...ahora te vas a enterar" que blandimos sin recato, ardiendo en el fuego de la venganza, en cuanto sentimos que asaltan nuestra supuesta porción del territorio. No digamos ya si la temida "agresión" que sufrimos procede de un estamento superior, momento en el cual nos vemos legitimados, en aras de un sentido de la justicia no siempre bien entendido, para vilipendiar o restar categoría a un poder impuesto contra nuestra voluntad en la gran mayoría de las ocasiones. Signos todos, en cualquier caso, del calado moral y la preparación intelectual de la sociedad en la que nos ha tocado vivir.
No quisiera caer en el error de focalizar estas líneas en el análisis de un comportamiento social que quizás todos -por desgracia- incorporamos "de serie", cual aire acondicionado de cualquier vehículo actual. Al fin y al cabo, no es mi intención echar balones fuera respecto a una cualidad que yo también poseo y he empleado con denodada mala baba; sobre todo cuando la multitud te otorga una invisibilidad en la que te diluyes, parapetado tras el anonimato de esa Fuenteovejuna a la que tantas veces hemos recurrido. En este caso, mi intención se centra en ese "otro lado", ese reverso de la carta de la que siempre vemos el anverso, el lado habitual. Y este no es otro que el protagonista de esa humillación: esa víctima de un grupo que considera una afrenta contar entre sus filas con alguien peculiar, entendiendo como tal al que protesta y se sale de la norma, o de la rutina. Ese mismo grupo que, desde que huele sangre, le graba a fuego el indeleble sello de “diferente”, de “bicho raro”, adjetivos que le acompañarán de modo permanente, mientras persista en su cruzada contra lo convencional. Lo curioso del caso es que, con total seguridad, todos nos hemos sentido alguna vez pertenecientes a uno u otro bando: el de los que critican o el de los que son criticados, porque en esta cuestión rara vez existe el término medio, el punto equidistante de ambos lados.
Me da la impresión de que el hecho de enrolarse en ese bando de los “diferentes” no es algo que se elija motu proprio; son las circunstancias las que, en algún momento de tu vida, te conducen a la protesta, a rebelarte contra el orden establecido, a saber decir “NO” cuando todos esperan un “sí” sumiso y rutinario. Y puede resultar chocante o novedoso para los demás ver cómo te arrastras hacia el lado oscuro de la fuerza, pero tú mismo te sientes aliviado por haber roto esa barrera y, por fin, haber hecho caso omiso de “lo que QUISIERAN que ocurra”, para optar por llevar a cabo “lo que QUIERO que ocurra”. Sospecho que no existe mayor satisfacción con ese “yo interior” que vive codo con codo contigo, asumiendo a veces decisiones con las que no está del todo conforme.
En definitiva, esto sale a flote porque en estos momentos me siento así, observado por un entorno que ni comprende ni tolera que haya optado por ser combativo, por tener siempre un punto caliente que trata de polemizar contra la opinión del rebaño, por salirme del camino para ensuciarme en trayectos más farragosos. Y mis expectativas, en un futuro inmediato, se encaminan a continuar por esta senda, con el afán de priorizar mis opiniones y mis proyectos sobre los de los demás. He comprobado que, a veces, una negación a tiempo evita mayores conflictos potenciales; eso y la satisfacción personal de mantenerse firme y ser capaz de imponer tu propio criterio en una sociedad que no siempre lo ve con buenos ojos. En pocas palabras: dejar a un lado la hipocresía.

7 de diciembre de 2015

LA INTIMIDAD DESNUDA

Ayer domingo recibí una muy buena noticia: habían publicado en el periódico Diario de Avisos una crítica de mi libro, Fragmentos de Intimidad, y tenía ganas de comentarlo en el blog.

Está escrita por Sinesio Domínguez Suria, conocido escritor tinerfeño, autor de novelas como Los sueños imposibles, Los juegos del tiempo o su último libro, titulado El Síndrome de Tarzán (Ediciones Idea). Lo cierto es que me ha hecho mucha ilusión ver sus palabras escritas en esa página del periódico, tanto por su contenido como por quién lo ha escrito. Para un aspirante a escritor como yo, novel en estas lides, es un gran honor recibir este elogio de alguien admirado, por diferentes motivos que ahora no vienen a colación. Y sigue siendo muy agradable, para qué mentir, constatar que lo que has escrito pueda gustarle a tus lectores...

Aquí os dejo el texto publicado, sin olvidar mi agradecimiento a todos aquellos que me habéis leído y, por supuesto, a los que seguís apareciendo por este blog.


22 de octubre de 2015

CABEZA DE TURCO


La reunión con la cúpula directiva se extendió durante menos tiempo del esperado. El día había estado compuesto por una amalgama de momentos lentos y pesados, entre reuniones con clientes, absurdos planes de negocio y demandas sindicales. Para rematarlo, flotaba en el aire un ambiente enrarecido y plagado de rumores de unos y otros, que no ayudaba a presagiar un buen colofón de esa jornada. A decir verdad, las filtraciones en aquella empresa eran moneda de cambio habitual y, por lo sucedido meses atrás, el episodio actual auguraba un final que no iba a ser de su agrado.

Recordó esa misma sala de reuniones, sobria y oscura, durante una tarde del invierno previo, cuando tuvo que asistir, desde el otro lado de la mesa en la que ahora se encontraba, a la junta de accionistas que había decidido la defenestración del anterior director financiero. Aquel hombre corpulento y agradable en el trato se vio avasallado por la evidencia de unos resultados económicos que no encajaban dentro de lo esperado; a eso se sumaron un par de decisiones desacertadas, hasta acabar desacreditado (nunca mejor dicho) por la falta de escrúpulos de aquellos inversores extranjeros que, en el último momento, habían decidido cambiar de pareja de baile, llevándose sus buenas noticias y su repleta chequera a la competencia. Como conclusión, sobrevino el final del camino en su extensa carrera profesional en la empresa. Él no pudo olvidar durante largas semanas la expresión de su compañero, con el que había compartido horas y horas de balances y cuentas, cuando le comunicaron lo inevitable.

En cualquier caso, ese día quedaba ya muy atrás en su recuerdo, y era hoy cuando tenía motivos más que sobrados para estar preocupado, si es que había que hacer caso a diversos rumores que ya correteaban por los pasillos, así como a un presagio que lo atormentaba desde muy temprano esa mañana… Lo habían citado, no sin cierta intriga, a las siete de la tarde y acudió puntual, destilando seguridad pero con una sensación extraña en la garganta. Vestía de manera impecable, con un elegante traje oscuro que resaltaba el color de su corbata. Saludó a los presentes y se acomodó en el lugar reservado para él en la mesa, alejado esta vez de los puestos de mayor enjundia, desprendiendo cierto aire de superioridad. Su lenguaje corporal daba a entender a las claras que no se iba a achantar por la intimidación, las críticas y los argumentos en su contra que, a buen seguro, iban a plasmar los directivos allí presentes; esos mismos que, hasta bien pocos días antes, le colmaban de halagos salpicados de hipocresía y henchidos de una falsedad encomiable.

Las hostilidades no se hicieron esperar: tras una breve introducción, el director ejecutivo puso en liza el motivo principal de aquella convocatoria. En la sala se respiraba tensión e incomodidad, con una atmósfera saturada por la agresiva presencia de aquella manada de lobos, la cual secundaba de manera respetuosa al macho alfa tras haber olido sangre fresca. De manera sorprendente, él no se sentía la presa, aunque sí se reconoció acorralado por momentos, con las miradas de toda la plana mayor de la empresa clavadas en su cabeza. Sin excepción, destilaban resentimiento y reprobación, con una falta de empatía que hasta ese momento no acababa de entender muy bien…

Concluyó que no había vuelta atrás y que su sentencia estaba dictaminada cuando el presidente, con gran solemnidad, fue desgranando los motivos que habían provocado la decisión de expulsarlo de manera irrevocable de la compañía. Palabras frías y distantes que no daban lugar a medias tintas ni a paños calientes, para comunicarle que le concedían una semana de “cortesía” para solucionar sus obligaciones y responsabilidades, antes de finiquitar su actividad laboral de manera irrevocable. Sin darle ocasión para refutar esas conclusiones, consolidaron su condena argumentando la acusación con una triple metáfora basada en figuras geométricas: éstas eran, en definitiva, las que lo habían arrastrado al abismo con un peso equivalente a toneladas de plomo sobre su conciencia. Primero, una mente cuadriculada, poseedora de “poca cintura” para afrontar cambios operativos. Segundo, un círculo vicioso de errores del que no había podido salir, a la hora de la toma de decisiones estratégicas para la empresa. Y tercero, un triángulo amoroso establecido con la esposa de un alto cargo, lo que supuso el empujón definitivo hacia su despido repentino. La puesta en escena de este último asunto le pilló desprevenido, aunque trató de disimular su desconcierto como mejor sabía. Nunca hubiera imaginado que ese “affaire” iba a ver la luz, pues habían cuidado de manera obsesiva la discreción y la exposición pública, pero supuso que no se pueden supervisar en su totalidad las infinitas variables que surgen en esos casos.

Convencido de que ante el descubrimiento de una infidelidad de ese calibre tenía poco margen de contraataque, intentó esbozar alguna explicación coherente para defenderse respecto al resto de premisas que habían motivado su destitución. Sentía que no podía desprenderse de la corazonada de que los dos primeros argumentos, esgrimidos por sus verdugos laborales, surgían más de la envidia y la competitividad que de razonamientos meramente económicos y profesionales. Sus éxitos en los últimos años respecto a múltiples gestiones habían reportado a la empresa pingües beneficios, achacables sin duda a su valía y capacitación en el sinuoso e hipócrita mundo de los negocios. Enrabietado por la injusticia y espoleado por la irritación de saberse al margen de la compañía, acusó a los allí presentes de ser el chivo expiatorio de una confabulación urdida y orquestada en su contra, con el único propósito de ocupar su lugar y apoderarse del poder que había cosechado con su exitosa carrera. Una vez terminadas sus alegaciones, se levantó de manera brusca y abandonó la sala sin ni siquiera despedirse de sus enemigos.

La semana que le habían concedido, antes de abandonar de manera definitiva su puesto, resultó de lo más gratificante para su venganza personal. Mantuvo en todo momento su actividad profesional, su rutina e incluso el cartel que identificaba su cargo y su despacho, en una especie de cabezonería empresarial, de pataleo infantiloide, de negación de los hechos y “porculerismo cartelero” que caracterizó todas y cada una de sus actuaciones durante esos “eternos” siete días. Una insumisión orgullosa que aglutinaba otras expresiones que definían a la perfección su comportamiento: encono de poltrona, ceguera evolutiva, revoloteo administrativo, enquistamiento de despacho, venganza de expulsión, persistencia de cargo, chulería jerárquica, enroque de jefatura, cronificación mandataria, terquedad redundante, ensañamiento no terapéutico y continuidad impositiva. Por supuesto, llevó a cabo todo lo que estuvo en su mano para vilipendiar y difamar el prestigio de la empresa, elaborando todas las tretas de las que fue capaz para causar el mayor daño posible, el cual se reflejaría a los pocos días. La idea de “morir matando” era algo que tenía muy interiorizado desde joven.

El personal de limpieza encontró una carta sobre la mesa de su despacho a la mañana siguiente de su última jornada de trabajo. Estaba dirigida al cuerpo directivo de la compañía, citando con nombres y apellidos a todos y cada uno de los asistentes a aquella reunión en la que habían decidido su derrocamiento. En ella ponía de relieve la injusticia cometida y destacaba, con frases claras y llamativas, que deberían ser cuidadosos y precavidos, pues nunca se sabía lo que podría deparar el destino, en forma de accidentes o desgracias, en cualquier momento de tu vida; esa vida que él consideraba “una enfermedad mortal de transmisión sexual, imposible de erradicar”, pero que de cuando en cuando se cobraba alguna víctima, de la manera más tonta… sin saber muy bien por qué.

30 de julio de 2015

NO DE ESA MANERA

Se hacía tarde y la cafetería estaba a punto de cerrar. Habían pasado varias horas sentados, frente a frente, en una mesa que quedaba algo apartada de las del resto del local. No quedaba otra que aclarar las cosas, establecer ciertas normas y, de una vez por todas, dar por zanjado un asunto que se estaba volviendo en contra de ambos.

Él mantenía su taza de café entre las manos, tratando de aferrarse de alguna manera a esos minutos finales que te quedan antes de saber que algo se acaba. Ella, enfrente, mantenía una mirada llena de comprensión y cariño, a sabiendas de que él hacía tiempo que había apagado la razón y solo obedecía a los destellos de lucidez que su corazón enviaba. De pronto, tras un silencio revelador que antecedió a un intercambio de frases incómodo, él se lanzó al vacío de la discusión, empujado por la energía de su inconformismo:

―Es muy duro para mí insistir, pero quisiera estar seguro de una vez por todas de que no sentimos lo mismo
―Me ha costado mucho darme cuenta de lo que estaba pasando; no te creas que para mí ha sido fácil reconocerlo ―respondió ella con tono preocupado.
―Me aterra preguntártelo: sería como la confirmación definitiva de algo que ya presiento de antemano…

Ella acarició su mano y él tuvo la sensación de que mil agujas atravesaban su estómago.

―Es que no puedo engañarte, ni engañarme a mí misma… y menos a mi corazón
―No, no sigas hablando, por favor. Haremos como que tú lo sabes y yo lo sé, pero no pongas en tu boca esas palabras. Me queman en los oídos…

Ambos sabían de qué estaban hablando. Qué difícil es asumir el hecho de que otra persona no sienta por ti lo mismo que tú sientes por ella. Y uno quisiera creer que se trata de algo bidireccional, pues el “enamorado” siente y sufre su desagravio, pero la persona que no le corresponde como el otro quisiera se enfrenta también a una situación muy incómoda, en la que la amistad peligra e incluso podría llegar a desaparecer. Una triste y compleja guerra, en definitiva, en la que nunca ha habido ni habrá vencedores y sí dos corazones atormentados, aunque uno lo sea por exceso y el otro por defecto…

Relato inspirado en la preciosa canción de Sam Smith “Not in that way”

16 de julio de 2015

"COMING HOME"

Hace poco me llamó la atención una frase que escuché en una película, que me hizo reflexionar sobre algo relacionado con mi momento de vida actual. Caí en la cuenta de que dicha frase, sacada de contexto, se podía aplicar a muchas otras situaciones que con toda seguridad transcurren en la vida de una gran cantidad de personas que viven su día a día de una manera, digamos, "poco convencional".

El film en cuestión está basado en hechos reales y es del año 2014: "American Sniper", dirigido por Clint Eastwood y titulado en España "El Francotirador". Su protagonista, el SEAL Chris Kyle (interpretado por Bradley Cooper) vive obsesionado por su trabajo, por defender a su país en la guerra de Irak. Una labor que no es otra que proteger a sus compañeros, desde una posición privilegiada, matando a potenciales objetivos que supongan una amenaza para su escuadrón. Un mortífero francotirador con la mejor puntería posible, para aniquilar adversarios con sus balas, fulminantes y certeras, mientras se convierte en leyenda entre los suyos por el número de bajas causadas entre las líneas enemigas.

En medio de esa guerra, sus periodos de vuelta a casa son cada vez menos duraderos y su esposa, embarazada, comienza a sentir que cuando él vuelve, su cuerpo está allí presente con ella, pero su mente sigue estando en esa devastadora e injusta guerra, a muchas millas de distancia, reviviendo situaciones peligrosas y recordando a sus compañeros.

Tras bastante tiempo en primera línea de fuego, con la mente saturada por la muerte y la desolación, llega un día de especial crueldad y dureza en el que contacta por teléfono con su mujer. En esa conversación, le confiesa su sentimiento más sincero: "estoy preparado. Estoy preparado para volver a casa". Una frase que suena a verdad, a hastío, a arrepentimiento sincero y a nostalgia de una vida convencional, de unos brazos donde descansar y olvidarse de tanta tristeza.

Y esa frase, tan sencilla y a la vez tan categórica me ha recordado mi guerra, salvando las distancias: un periodo tormentoso y complicado de mi vida, en el que los problemas se subían a mis hombros y no me permitían caminar con soltura, transformando mi carácter y modificando mi enfoque vital, hasta el punto de convertirme en alguien diferente al que yo conocía.

Pero ahora yo también deseo volver de nuevo a casa: volver a la "sencillez" de los días tranquilos y despreocupados, volver a compartir esa infancia que nunca se ha ido por completo, porque hay dos personitas que me la traen a diario a la puerta de casa.Y, sobre todo, volver a tus abrazos y a tu calmado enfoque de la vida, volver a hacerte el amor y a deshacerte el desamor. Volver, en definitiva, a casa. Una casa a la que he dejado un poco de lado y a la que he echado de menos, a pesar de estar dentro y fuera, al mismo tiempo; pero una casa que no debería haber dejado nunca: ni en cuerpo  ni en mente, porque es donde siempre quiero estar. Donde siempre encontraré alivio, comprensión y cariño.

11 de julio de 2015

EL LIBRO DEL BLOG


Ha sido un proceso largo, pero al final he conseguido publicar el libro que llevaba tanto tiempo deseando crear. Se llama igual que este blog, "Fragmentos de Intimidad", porque es una colección de relatos que han aparecido en esta página, en forma de entradas, desde su nacimiento hasta ahora. No están todos los que he subido a la red: tan solo se incluyen los setenta "fragmentos" que, por una u otra razón, he considerado que representan y caracterizan el espíritu del blog en estos cinco años de su existencia.

Aquí os dejo el enlace a la página web de Finisterrae Ediciones, editorial de Santiago de Compostela que ha apostado por el libro y por su autor, lo cual agradeceré siempre. Desde ahí podéis adquirirlo, bien en formato "papel" o bien en formato electrónico.

Espero que todos disfruten de su lectura, tanto los que ya conocen esta web como los que la descubren ahora. Pequeños relatos que demuestran el nexo común que comparte el ser humano, simplemente por el hecho de vivir la vida.

Gracias de antemano por vuestra confianza y vuestro apoyo!   

28 de junio de 2015

FORGIVEN, NOT FORGOTTEN

No sé por dónde empezar a escribir esta idea que inflama mi pensamiento. Estoy tan harto de aguantar estupideces, que ni siquiera creo que necesite escupir mi odio e inquina sobre un papel, pero no dejo de reconocer que el ejercicio de hacerlo me va a venir bien... Al menos para aliviar y desahogar la "mala baba" y la quemazón que me come las entrañas, cuando pasan días y días escuchando y soportando a los cuatro mismos bobos de siempre.

Hartazgo y saciedad psicológica: esos monstruos que devastan mi ánimo y decapitan mi buena voluntad, alimentando una misantropía que se hace más y más grande con el paso de los meses, al verme y sentirme rodeado de imbéciles y mediocres que ladran su rencor por las esquinas,  sin ser capaces de ver un palmo más allá de sus narices. Mentiras y acusaciones con las que llenan sus bocas, podridas de maldad y egoísmo, para optar al final por la sencilla solución de acusar al más débil de sus propias cagadas, a fin de poder dormir tranquilos una noche más en sus tugurios miserables y pestilentes.

¿Desde cuándo hemos de aceptar vivir subyugados y comulgando con esas ruedas de molino que quieren que seamos capaces de engullir? Me niego a pasar por el aro de la sumisión y a transigir con mentiras y promesas de un mañana que solamente ellos atisban, en el que salvan su asqueroso culo y defenestran a subordinados y cualquier otro pasajero al que consideren prescindible, dilapidando la ayuda y la fidelidad que les fue ofrecida de una manera altruista.

Al final, el cansancio y la desazón acaban venciendo a la voluntad y la esperanza, pues ya llueve sobre mojado y va a volver a suceder lo más probable: los "sabios y mandamases" optarán por elegir el camino más cómodo y beneficioso, aún a riesgo de tener que venderse como daifas que necesitan caer todavía más bajo para mantener su repugnante nivel moral.

Y mientras, yo, impasible y convencido de la nula posibilidad de que aparezca cualquier cambio, de que entre una brizna de aire fresco que cambie las tornas de una situación mohosa y viciada. No va a servir de nada intentarlo; no obstante, me queda el reducto personal del rencor y la falsedad, para descender al infierno de la perversidad y autocomplacerme con la trillada (pero a veces inexcusable) frase con la que todos tratamos de tranquilizar a nuestro esperpéntico ego: "Perdono, pero NO olvido..."

21 de junio de 2015

NÚMEROS QUE HABLAN

Siempre he creído que los números tienen una magia especial. Reconozco que eso de la "numerología" y todo lo relacionado con ella me atrae y me resulta interesante de un modo extraño. Mi número de referencia, de confianza y de inexplicable superstición ha sido el 7, presente a lo largo de mi vida en multitud de ocasiones. No sabría explicar el motivo, pero tengo una fijación extraña con el tema numérico a lo largo de muchos momentos del día. Rarezas personales que forman parte del equipaje personal de cada uno...

El summum de mi perplejidad surge cuando en un mismo día, por la conjunción de los planetas y un "efecto mariposa" que nace en algún lugar remoto de la Tierra y concatena casualidades hasta provocar mi paroxismo, varios números que representan para mí algún mensaje particular se manifiestan, de alguna manera, asociados por ese azar caprichoso y juguetón. Y este fin de semana ha sido así: fila 27 en el avión de ida y fila 27 en el avión de vuelta (y con las tarjetas de embarque obtenidas en días diferentes), 27 grados de temperatura que marcaba el termómetro al llegar a mi destino y la habitación 2704 en el hotel en el que estaba alojado ese fin de semana. Esto último es lo mejor, pues 2704 es también un número que se repite a diario en mi trabajo, por razones que no vienen a cuento.

He disfrutado con este cúmulo de casualidades, una "chiripa" que me ha mantenido entretenido, a la espera de vislumbrar cuál sería el siguiente dictado del destino. Por ahora se ha quedado ahí. Más cifras coincidentes hubieran sido demasiado difíciles de digerir para una persona que no cree en esas cosas, aunque alguna vez los duendecillos de la eventualidad hagan que dude y piense lo contrario...

8 de marzo de 2015

OTRA LIGA

Primera hora de cualquier mañana en el laboratorio. Con las ganas de trabajar todavía desperezándose y la mente tratando de alcanzar la velocidad de crucero, el grupo de trabajo va llegando de manera individual, casi siempre en silencio y de manera discreta. De pronto, entra ella por la puerta y en la sala cambian las condiciones de presión y temperatura, al mismo tiempo que el espacio que la rodea emite una extraña sensación de resplandor. Al menos así lo ve él, agazapado tras su mesa rebosante de papeles y tubos de ensayo. “Juega en otra liga” piensa, mientras la ve pasar a cámara lenta ondeando la melena a pocos metros de su invisible figura. Ni siquiera se ha fijado en su intento por saludarla, de manera educada, tratando de vencer la parálisis que le atenaza cuando orbita a escasos metros de su existencia…
Lleva varias semanas tratando de entablar una conversación con ella, aunque esté llena de tópicos y nimiedades, para poder al menos presentarse como el “rarito” con el que comparte el mismo lugar de trabajo. Lo cierto es que siempre da media vuelta y dilapida su oportunidad mascullando excusas, auto convencido de ser rechazado por una diosa que no está al alcance de mortales como él: “ni siquiera me atrevo a soñarte”, se dice para sus adentros cayendo en el oscuro pozo de la derrota, sin haber salido apenas a disputar el partido. Su mente siempre la ha visto como ese tipo de mujer intangible, legendaria, quimérica, instalada en un Olimpo en el que tan solo hombres parejos en belleza y atractivo pueden aspirar a conquistarla. Y definitivamente, él no se encuentra entre esa élite.
La resignación ahoga su valor y comienza ya a pensar en otro día con mejores perspectivas, cuando de pronto el radar la vuelve a colocar en su zona de influencia. El algoritmo matemático esta vez tiene en cuenta todas las variables y, en una concordancia espacio-temporal exacta, él deja caer con disimulo, en el momento adecuado, una pipeta de cristal que estalla contra el suelo, llamando la atención de todo el edificio. Ella se da cuenta de la pequeña catástrofe y, solidaria, acude a la "zona cero". El resplandor de su sonrisa aniquila a su paso cualquier intento de articular una frase que, de todas formas, no podría haber expresado, debido a la ceguera y el mutismo transitorio que ha provocado en su garganta ese agradable perfume y su proximidad.
El tiempo se detiene de manera brusca y, de pronto, el resto de la humanidad ha desaparecido del mapa. Frente a frente, lo primero que se le pasa por la cabeza es que no le importaría que ella, a su lado para siempre, consumiera y se llevara consigo todas las reservas de felicidad que ha ido acumulando a lo largo de su prescindible vida: se las regalaría sin dudarlo… Ella revisa con atención el suelo que los rodea y, con una voz dulce y llena de confianza, le recomienda que tenga más cuidado la próxima vez, pues esos cristales podrían haber hecho mucho daño. Deja propina, como recordando algo que se le había olvidado, y se presenta. Entonces, por vez primera en varios meses, le mira a los ojos y mientras él siente que algo incandescente lo destroza en su interior, le dirige diez simples palabras: “Por cierto, creo que no nos conocemos. Me llamo…”. Él farfulla la respuesta, sorprendido por la dificultad para recordar su propio nombre, mientras dos besos protocolarios inauguran el “Año 1 post-ostracismo”. A quién le importa lo que suceda a partir de ahora; qué más da si la Tierra detiene su rotación, se vuelve hacia atrás y el Sol sale por el Oeste a partir de mañana. Ya se ha tornado visible; ya existe, aunque solo sea de refilón, en la memoria de esa diva inalcanzable.
Termina la jornada y las aguas han vuelto ya a su cauce. Todavía henchido de orgullo, recuerda para sus adentros que al menos le ha arrancado una sonrisa, aunque trata de mantener los pies en el suelo antes de que su imaginación despegue hacia situaciones imposibles, imaginando lo inimaginable, por prohibido, utópico e inverosímil. Tal vez en otra vida, cuando se vea capaz de plantarse ante ella y saber afrontar ese tipo de retos, esos encuentros decisivos que otorgan victorias y deciden campeonatos. Tal vez en otra liga…  

27 de agosto de 2014

MANTIS AMOROSA



Aparecieron por allí durante una madrugada de esas de fiesta y alcohol, en medio de un verano inolvidable: un grupo heterogéneo de parejas desparejadas irrumpía en el local, saturando la oscura entrada con sonrisas de doble filo que se repartían al azar. Una comitiva que avanzaba, feliz, entre miradas de ellas con sabor sensual y promesas de ellos que llevaban acuñada, al cabo de esa velada, su propia fecha de caducidad. Juerga noctámbula, a fin de cuentas, con el billete de "todo incluido" que proporcionaba la inmediata embriaguez y la oscuridad del momento.

El calor del día se había ido apagando con el paso de las horas, pero la sensación térmica continuaba resultando pesada y pegajosa, fruto de un bochorno que llevaba varios días dificultando el sueño y manteniendo en funcionamiento, durante más tiempo del habitual, los aparatos de aire acondicionado. En medio de ese caluroso ambiente, la cena previa se redujo a un protocolario picoteo de platos fríos, preámbulo gastronómico tras el que la pandilla se dirigiría hacia los lugares de copas que estaban de moda; allí, protegidos por ese plus de confianza y descaro que te aporta la bebida, podrían continuar dilapidando la noche sin miedo a devorar o a ser devorados por alguien. En realidad, ésta no había hecho más que comenzar, pero la caza ya se había iniciado mucho antes; todos y todas disparaban con sus mejores armas a las presas elegidas, a sabiendas de que tarde o temprano obtendrían recompensa a aquel trabajado esfuerzo. Bien pensado, todos no...

Entre el bullicio del local, rebosante de gritos y notas musicales que camuflaban alguna que otra confesión desesperada, una silueta se había separado de la manada y destacaba solitaria al fondo de la sala. Sentado en un taburete y en apariencia ajeno al caótico paisaje, un individuo ojeroso y cansado escondía su cabeza entre los hombros, mientras las manos se aferraban a un vaso con tres piedras de hielo, cuyo líquido había sido trasegado de un solo sorbo. De vez en cuando, dirigía sus ojos hacia alguien en concreto de un grupo de gente que se arremolinaba en la pista de baile, contorsionistas que redoblaban sus articulaciones al ritmo desenfrenado de la música, para volver de nuevo a perforar el suelo con la mirada, al tiempo que de su rostro se escapaba una mueca de tristeza y decepción. Ese "alguien" no era otra que la mujer que había sido protagonista, al mismo tiempo, de sus mejores sueños y de sus peores pesadillas.

Ella destacaba entre la multitud por su belleza y sensualidad. Su conversación era una amena mezcla de simpatía y confianza en sí misma, de modo que no resultaba complicado el caer en sus redes de atracción tras diez minutos compartiendo su sonrisa, que resbalaba radiante desde su boca mientras te envolvía con su olor, suave y fresco. No era de extrañar, pues, que tuviera siempre cerca a multitud de admiradores, pretendientes y amigos, los cuales revoloteaban a su alrededor en noches como aquélla, como polillas atraídas por una luz nítida y deslumbrante. Lo que muchos desconocían era que ese brillo, a veces, también podía llegar a quemar...

La había conocido un par de meses atrás, mientras compartían aula en una academia de idiomas en la que ambos estudiaban con más pena que gloria. No tardó ni una semana en claudicar, rendido ante sus encantos y hechizado por ese acento tan peculiar, que denotaba sin lugar a dudas su procedencia. Renunció a su vida previa, ignorando amistades y olvidando familiares, para poder pasar un minuto más a su lado, enamorado hasta las trancas de aquella mujer única e incomparable, a la que entregó su alma sin reclamar condiciones. Un estado de felicidad en el que estuvo cómodamente alojado, disfrutando de la vida como nunca antes lo había hecho... al menos durante esas tres semanas que transcurrieron hasta que ella, sin previo aviso, le comunicó categórica a través de un escueto mensaje que ya no podía seguir a su lado y que se había cansado de su cariño, enfatizando la decisión con una frase final que le desgarró el pecho mientras arrancaba lágrimas heladas de sus ojos: "tenemos tanto en común que te odio".

Desde ese día no volvió a ser el mismo. Creyendo que todo aquello no podía ser cierto, sintiendo como si le hubieran arrebatado una vida a la que siempre había aspirado, pasando en un instante del éxito al fracaso; una cuestión, ésta, de la que seguía considerándose culpable, por mucho que no acabara de entender muy bien qué era lo que había hecho mal. Gracias a alguna que otra -dolorosa- casualidad y tras varias conversaciones con amigos comunes, que abrieron sus ojos a ciertos hechos para los que el amor lo había cegado, pronto comenzó a atisbar que no era el único damnificado: la mujer a la que todavía amaba era dueña de un pasado sentimental farragoso y trufado de relaciones que siempre habían acabado en pequeñas tragedias, al menos en lo referente a sus parejas: una especie de Mantis Religiosa, ese insecto tan aterrador en su aspecto como letal en sus conquistas, pues la hembra aniquila y engulle al macho tras su encuentro sexual. Su carácter dominante y su insaciable ambición la habían conducido a un punto sin retorno, por un camino desolador, sembrado de "cadáveres sentimentales" a su paso, pues a todos había abandonado tras menos de un mes compartiendo alegrías, antes de que nadie pudiese o supiese renunciar a ella. Y él había sido, por desgracia, su última víctima; atraído por su elegancia, cegado por su encantadora mirada y cautivado por sus caricias, no fue capaz de vislumbrar que cada vez se acercaba más al abismo de su cruel e implacable pasión, que despedazó su corazón y aniquiló su cariño de un solo bocado.

El hielo tintineaba nervioso en el vaso, fundiéndose lento al calor de sus manos, sudorosas e inquietas. Un nudo en la garganta que no era capaz de desatar y un quemor en el pecho que no conseguía sofocar eran lo de menos, en presencia de aquella depredadora de amantes. Volvió a dirigir su mirada hacia ella, que bailaba majestuosa tratando, intuyó, de seleccionar a su próxima víctima sin más presente que caer rendido bajo sus curvas y sin más futuro que el olvido. Un fogonazo trajo a su memoria los últimos versos de un soneto de Lope de Vega, muy oportuno, que había caído en sus manos unos días antes por esas casualidades que a veces te proporciona el destino:

Quiere, aborrece, trata bien, maltrata,
y es la mujer al fin como sangría,
que a veces da salud, y a veces mata.

Se levantó y, camino a la salida, sintió un escalofrío al pasar a pocos metros del lugar donde ella consumía la penúltima copa, cuando por un brevísimo instante sus miradas colisionaron y de nuevo fue testigo de su glacial indiferencia, atravesando su cuerpo con la facilidad de una espada incandescente. No quería seguir siendo testigo de aquella escena, en parte por el dolor que todavía atenazaba su mente y en parte porque conocía de primera mano cuál sería el resultado final para cualquier infeliz que cayese en la trampa de su magnética seducción: en su cuerpo, despojos, en su mente, la impronta de la soledad y en su mirada, una sombra de permanente tristeza.

4 de agosto de 2014

OTRO DÍA (MÁS)

Ahogo. Esa es la desagradable sensación que tienes cuando ocurre... Una mano opresiva e invisible que te rodea el cuello y aprieta sin piedad, mientras notas el embotamiento de tu cara y la saturación de ideas en tu cerebro, que se agolpan incesantes sin poder salir al exterior.

En ese momento de incandescencia particular, un grito de rabia quiere surgir de lo más profundo del alma; las palabras, azuzadas por la decepción experimentada, ascienden por el pecho como un fuego que arrasa tu garganta y calcina tu boca, sellada ahora con el amargo sabor de la derrota. Ha vuelto a suceder, te lo podías imaginar, aunque no por esperado ha sido menos doloroso.

Y quieres expresar tu inmenso desacuerdo, rodeado del viciado aire de la venganza; quieres pregonar al mundo tu enfado, aunque no seas capaz de ordenar tu pensamiento con claridad; te sientes defraudado y al mismo tiempo sorprendido por tu falta de previsión, porque no es la primera vez que ocurre: siempre ha sido muy hábil poniendo excusas para no verte, pero esta vez ha esperado casi hasta el final y por eso ha dolido más, si cabe.

Entonces te preguntas qué motivo existe para una mentira que intenta sonar a verdad y no lo consigue, para un puñado de frases que rezuman engaño, para un pedazo de falsedad que te quieren vender a precio de ganga. "Al menos ha tenido imaginación para construir una historia que se sale de lo habitual", piensas mientras tratas de buscar tú también una excusa para justificar su ausencia y endulzar la soledad que se avecina. Y deduces que ese motivo es uno y son muchos, pero no puedes concretar con certeza qué ha llevado a esta situación de rechazo y caos emocional. Comprendes que pueda tener su raíz en el pasado, cuando generabas daños colaterales sin pararte a pensar en las repercusiones futuras, pero hubieras esperado que el tiempo te ayudara a mitigar el destrozo, atenuando el dolor con el paso de los años. A parecer, no ha sido así...

La conclusión a la que te enfrentas, drástica pero real como un puñetazo en el estómago, es que no te quiere ver delante. Alguien que en su día, aunque de manera fugaz, fue tu luz y tu oscuridad, tu principio y tu final, tu sonrisa y tu llanto; alguien que ya hoy prefiere ofrecerte su engaño a cambio de no tener que enfrentarse a una incómoda velada repleta de sonrisas fingidas y palabras huecas. Un universo diferente, el suyo, en el que ya no tienes cabida ni presencia.

En cualquier caso, piensas que el día va a seguir siendo igual de bueno o malo; va a tener la misma rutina, el mismo juego retórico y fingido en el que el ratón caza al gato. Al final, la excusa para convertir su ausencia en injustificable huele a fracaso y sabe a rencor, por mucho que intentes maquillar el golpe. Es el momento de levantarse, fingir una dignidad que se tambalea y reconstruir de nuevo esa fortaleza que en su día se sostuvo con los cimientos de la confianza en uno mismo; al menos hasta que empezaron a poner excusas para no verte...

11 de febrero de 2014

LENTEJAS


Mi abuela, esa ancianita ultraprotectora en lo referente a sus nietos, nos daba siempre buenos consejos; entre ellos, solía incluir la recomendación de no someter al estómago a cenas demasiado abundantes, advirtiendo del peligro que supondría ingerir alimentos que pudieran resultar pesados (bien por su cantidad o bien por su especial tendencia a la indigestión) en las horas nocturnas. Esas famosas frases y refranes que, siendo niños, todos hemos escuchado alguna vez en boca de algún adulto de la familia, tipo “de grandes cenas están las tumbas llenas” o un nosequé sobre comer como un príncipe y cenar como un mendigo, adquirían para nuestra abuela una connotación de mandato absoluto en los días en los que, normalmente durante el fin de semana, acudíamos a dormir una o dos noches a su casa.

No podría asegurarlo, pero tampoco era que mis hermanos y yo estuviéramos acostumbrados a grandes banquetes a la hora de cenar. Lo que sí recuerdo con gran nitidez es que con mi abuela el límite de estas cenas estaba bien definido: un Cola Cao bien caliente acompañado de unas cuantas galletas “María”; con eso ibas sobrado hasta la mañana siguiente. Reconozco que nunca he sido muy amigo de manchar la leche con ese cacao en polvo, sobre todo como ella lo preparaba (bien cargado y espeso) con lo que la noche del sábado se convertía en mi “momento dieta” particular de la semana, dentro de un contexto general en el que la comida suponía (y todavía supone hoy en día) un acontecimiento agradable, con el que disfrutaba mientras iba degustando casi todo lo que hubiese en el plato.

Todo esto viene a cuento porque hoy me he acordado de esa gran abuela: de sus frases llenas de sabiduría, de sus enfados propios de la edad, de ese carácter áspero pero condescendiente para con sus nietos… y por supuesto de sus frugales cenas. Las lentejas que, por motivos que ahora no vienen al caso, he tenido que cenar esta noche, han caído en mi estómago cual artefacto explosivo con metralla incluida. Como resultado de esta pedrada alimentaria, son las 3 de la madrugada y sigo en la cama tratando de encontrar una postura que favorezca la digestión, jurándome a mí mismo que no volveré a caer en excesos alimentarios nocturnos y masticando una noche que vuelta y vuelta entre las sábanas, no ofrece posibilidad de ser digerida.

Mi mente intenta retomar asuntos pendientes, tratando de aferrarse a algo con la etiqueta de aburrido que despiste al desvelo que me domina y me permita caer en ese sueño tan necesario. Intento reducir la velocidad, pero el cerebro va más rápido de lo que yo desearía en esta carrera contra la noche. Tumbado sobre el colchón, con la banda sonora de mi respiración como única acompañante, siento que los minutos pesan como vigas de acero y poco a poco, rebuscando entre los recovecos de la memoria, salen a flote esos fantasmas del pasado con los que uno se topa, de manera inexorable, cuando todo es silencio y oscuridad y no hay donde distraer la mente mediante estímulos externos. Así, al amparo de la vigilia que ha provocado esa pesada cena de legumbres, retornan al presente imágenes que proceden de un pasado bastante lejano; un tiempo diferente, ni mejor ni peor que el actual, en el que todos fuimos experimentando esas relaciones amorosas que forjaron nuestra estructura sentimental, convirtiéndonos poco a poco en expertos del tres al cuarto en un tema -el amor- del que nunca llegaremos a dominar ni la más mínima parte.

Abro los ojos en la negrura absoluta de la habitación, para constatar que el insomnio de la mala digestión me sigue ganando la partida. Veo caras conocidas que mi mente proyecta en esa pared que antes era blanca: amores, pasiones y cariños que en su día colmaron, de una u otra manera, mi mundo y mi existencia, pasan ahora como espectros rellenando la visión de lugares, situaciones y años anteriores. Aparecen sin orden ni concierto, independientemente de que hayan sido amores ideales o relaciones fallidas. No hablan, aunque recuerdo a la perfección el tono de su voz; no se mueven, pero siento como si fuera hoy la calidez de sus caricias y su imagen se desvanece como el humo en el aire, pero podría cerrar los ojos e identificar sin dificultad su manera de besar. La inocencia de un abrazo, el brillo de una mirada, la belleza de una sonrisa… Todas y cada una se han caracterizado por un destello, una peculiaridad que las hace únicas e irrepetibles, pasando a formar parte de manera inolvidable de ese puñado de recuerdos que conforman las páginas del libro de una vida. Pedazos de felicidad, aunque efímera, que algún día alguien tuvo a bien concederme mientras besaba sus labios.

Un automóvil lejano destroza con su murmullo la quietud silenciosa que me rodea. El cansancio golpea cada vez más duro y creo intuir la cercanía de ese momento en el que uno abandona la consciencia y pasa al otro lado, dejándose arrastrar por la promesa de los duendes que te transportan sin problema al mundo de los sueños. Todavía sigo contemplando, aunque borrosos, los rostros de esas heroínas de mis veranos, de esas compañeras de colegio, de esas actrices principales en la película de mi vida. Poco a poco, se van difuminando y desaparecen dejando paso a una neblina, a la que acompaña una sensación cálida y agradable como cuando uno se sumerge en un baño de agua caliente.

De repente, me despierto sobresaltado por algún tipo de estímulo que no acierto a identificar. No han pasado ni quince minutos desde que abandoné ese insomnio que abrasaba mi mente. Un dolor intenso en el estómago me recuerda que la pesadilla todavía no ha llegado a su fin, que la cena va a seguir cobrando un alto precio hasta arrebatarme mi descanso. Ya no vale la pena seguir intentándolo, falta poco para que la alarma dé paso a otra mañana desbocada. ¡Cuánta razón tenía mi abuela! Nunca hubiera imaginado que las lentejas iban a provocar este desbarajuste nocturno. A cambio, me he reencontrado con sentimientos aparcados por el paso del tiempo y he vuelto a ver tu sonrisa iluminando la oscuridad de la noche. Puede que al final haya valido la pena esta indigesta velada...

7 de diciembre de 2013

VERDADES COMO PUÑOS


Creo que con facilitar el enlace es suficiente. Después de leer ambos artículos, no puedo más que darles la razón en todo...

Espero que los disfrutéis.

ARTURO PÉREZ REVERTE: "Se ruega no escupir al médico"

MÓNICA LALANDA: "Cuando sea vieja, me moriré"

13 de noviembre de 2013

EXCUSAS

-Porque ha pasado mucho tiempo y ya no me prestas la atención que solías
-Porque tus prioridades han cambiado y ahora no soy una de ellas
-Porque tu nuevo trabajo te absorbe tiempo, mente y dedicación
-Porque se te ha agotado la imaginación y crees que no necesitas demostrarte nada
-Porque ya no me incluyes en tu lista de “lo más importante”
-Porque "no eres tú; soy yo..."
-Porque unas veces no quieres, otras no puedes y la mayoría te olvidas
-Porque consideras que nuestro momento ha pasado
-Porque mantienes a duras penas la relación, pero has pensado varias veces en dejarlo
-Porque te has cansado de dar tanto y no recibir casi nada a cambio
-Porque sigo estando ahí, pero la pereza vence a las ganas en su pugna diaria
-Porque casi no hablas de mí en tu organizada pero caótica vida
-Porque ya no es lo mismo que al principio… en todos los aspectos
-Porque no percibo en tu mirada ni la mitad de aquella pasión que antes desbordabas 
-Porque todo, incluso el deseo, termina por agotarse…

Las preguntas que todos tendríamos en la cabeza ante estas afirmaciones y que servirían como punto de partida para leer este texto: ¿POR QUÉ ROMPES NUESTRA RELACIÓN? ¿POR QUÉ YA NO ME QUIERES? ¿POR QUÉ ME HAS DEJADO?... En realidad, no van por ahí los tiros en el día de hoy. Habla mi blog, tratando de entender qué ocurre y reprochándome el “abandono” al que lo he sometido en los últimos meses. Pues, a pesar de todas estas excusas que podría argumentar, este blog cumple hoy 3 añitos, con gran pesar por mi parte por no haber sido capaz de dedicarle en los últimos meses todo el tiempo que me hubiera gustado. De hecho, el pobre está algo oxidado y deseoso de volver a retomar la actividad que tuvo… hace no tanto tiempo. Espero regalarle (y, por extensión, a todos aquellos que lo visiten) algo más de trabajo, entrega y entusiasmo a partir de ahora. Y es que, aunque no lo reconozca con frecuencia y las apariencias actuales no lo confirmen, sigue siendo motivo de orgullo para mí y he disfrutado mucho con todo lo que he escrito y volcado en él.

Gracias a todos los que seguís apareciendo por aquí para regalar un ratito de vuestro tiempo echando un vistazo a esta página… y Feliz Cumple!!

     
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...