Primera
hora de cualquier mañana en el laboratorio. Con las ganas de trabajar todavía
desperezándose y la mente tratando de alcanzar la velocidad de crucero, el
grupo de trabajo va llegando de manera individual, casi siempre en silencio y
de manera discreta. De pronto, entra ella por la puerta y en la sala cambian
las condiciones de presión y temperatura, al mismo tiempo que el espacio que la
rodea emite una extraña sensación de resplandor. Al menos así lo ve él,
agazapado tras su mesa rebosante de papeles y tubos de ensayo. “Juega en otra liga” piensa, mientras la
ve pasar a cámara lenta ondeando la melena a pocos metros de su invisible
figura. Ni siquiera se ha fijado en su intento por saludarla, de manera
educada, tratando de vencer la parálisis que le atenaza cuando orbita a escasos
metros de su existencia…
Lleva
varias semanas tratando de entablar una conversación con ella, aunque esté
llena de tópicos y nimiedades, para poder al menos presentarse como el “rarito”
con el que comparte el mismo lugar de trabajo. Lo cierto es que siempre da
media vuelta y dilapida su oportunidad mascullando excusas, auto convencido de
ser rechazado por una diosa que no está al alcance de mortales como él: “ni siquiera me atrevo a soñarte”, se
dice para sus adentros cayendo en el oscuro pozo de la derrota, sin haber salido
apenas a disputar el partido. Su mente siempre la ha visto como ese tipo de
mujer intangible, legendaria, quimérica, instalada en un Olimpo en el que tan
solo hombres parejos en belleza y atractivo pueden aspirar a conquistarla. Y
definitivamente, él no se encuentra entre esa élite.
La
resignación ahoga su valor y comienza ya a pensar en otro día con mejores
perspectivas, cuando de pronto el radar la vuelve a colocar en su zona de
influencia. El algoritmo matemático esta vez tiene en cuenta todas las
variables y, en una concordancia espacio-temporal exacta, él deja caer con
disimulo, en el momento adecuado, una pipeta de cristal que estalla contra el
suelo, llamando la atención de todo el edificio. Ella se da cuenta de la
pequeña catástrofe y, solidaria, acude a la "zona cero". El resplandor de su sonrisa
aniquila a su paso cualquier intento de articular una frase que, de todas
formas, no podría haber expresado, debido a la ceguera y el mutismo transitorio
que ha provocado en su garganta ese agradable perfume y su proximidad.
El
tiempo se detiene de manera brusca y, de pronto, el resto de la humanidad ha
desaparecido del mapa. Frente a frente, lo primero que se le pasa por la cabeza
es que no le importaría que ella, a su lado para siempre, consumiera y se
llevara consigo todas las reservas de felicidad que ha ido acumulando a lo largo
de su prescindible vida: se las regalaría sin dudarlo… Ella revisa con atención
el suelo que los rodea y, con una voz dulce y llena de confianza, le recomienda
que tenga más cuidado la próxima vez, pues esos cristales podrían haber hecho
mucho daño. Deja propina, como recordando algo que se le había olvidado, y se
presenta. Entonces, por vez primera en varios meses, le mira a los ojos y
mientras él siente que algo incandescente lo destroza en su interior, le dirige
diez simples palabras: “Por cierto, creo
que no nos conocemos. Me llamo…”. Él farfulla la respuesta, sorprendido por
la dificultad para recordar su propio nombre, mientras dos besos protocolarios
inauguran el “Año 1 post-ostracismo”. A quién le importa lo que suceda a partir
de ahora; qué más da si la Tierra detiene su rotación, se vuelve hacia atrás y
el Sol sale por el Oeste a partir de mañana. Ya se ha tornado visible; ya
existe, aunque solo sea de refilón, en la memoria de esa diva inalcanzable.
Termina
la jornada y las aguas han vuelto ya a su cauce. Todavía henchido de orgullo,
recuerda para sus adentros que al menos le ha arrancado una sonrisa, aunque
trata de mantener los pies en el suelo antes de que su imaginación despegue
hacia situaciones imposibles, imaginando lo inimaginable, por prohibido,
utópico e inverosímil. Tal vez en otra vida, cuando se vea capaz de plantarse
ante ella y saber afrontar ese tipo de retos, esos encuentros decisivos que
otorgan victorias y deciden campeonatos. Tal vez en otra liga…
3 comentarios al respecto...:
¿Porqué en otra liga?... De eso nada.
Creo que tod@s tenemos nuestras posibilidades, sólo hay que buscarlas.
Se comienza con la ruptura de una pipeta y luego ya se verá...
En otra liga quizás la "Velocidad del AMOR" te pueda parecer inalcanzable, pero ya sabes... "las prisas no son buenas compañeras". Tómate tu tiempo, afronta el reto, plántate ante ella, busca esas victorias y gana ese campeonato.
Mi canción para este relato: "The Velocity of LOVE" de Suzanne Ciani.
https://www.youtube.com/watch?v=LSvIHAyDbuQ
No se debe perder la esperanza, Lino, pero también es cierto que hay cosas que no sucederán a no ser que se combinen un cúmulo de circunstancias. En este caso, la "velocidad del amor" es demasiado elevada para él, que no dispone de un motor con suficiente cilindrada para alcanzarla. Pero la carrera todavía no ha acabado...
Gracias de nuevo por tu comentario.
Me ha encantado Miguel; todos tenemos un amor inalcanzable...
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