Había llegado puntual aquella
tarde a su cita en la consulta de un afamado cirujano. Una secretaria lo había
acompañado amablemente hasta la sala de espera, en donde el tiempo se ralentizó
entre conversaciones susurradas, hilo musical y aquel olor “a hospital” que tan
malos recuerdos acarreaba. Siempre había tenido la impresión de que la sala de
espera de cualquier médico era fría, aburrida y desesperante; además, haciendo
honor a su nombre, la “espera” y los minutos –a veces horas- pasaban lentos y
la impaciencia se sumaba a la desazón que provocaba ese diagnóstico a punto de
ser revelado o esa analítica que pondría nota a nuestro estado de salud. Trató
de acomodarse en aquellas sillas vencidas por tantas horas de incertidumbre y
decidió bucear entre el desordenado montón de revistas que se desparramaba
sobre la mesa; tras elegir una al azar, comenzó a leer con la mente puesta en
otro lugar.
El ambiente cargado y el calor
pegajoso de aquella habitación aséptica hicieron que, por un instante, se le
nublara la vista. Tras un par de inspiraciones profundas optó por cerrar los
ojos y evadirse, retrotrayéndose a una época no tan lejana. Un tiempo en el que
sintió que pertenecía a alguien; un tiempo en que cualquier lugar era mejor y
cualquier palabra era la adecuada…
Recordó tardes fugaces, desgranando
conversaciones con un amor del que no podía desprenderse. Noches en las que
hubiera deseado parar los relojes para disponer de más tiempo, con el corazón
abierto de par en par. Y un primer beso que, visto desde la distancia,
planteaba la cuestión de si seguía siendo joven, o bien demasiado viejo como para
dudar de sus sentimientos. Perdiendo el tiempo entre sus caricias, para descubrir
finalmente qué significaba vivir.
Y duró poco tiempo. Sobró un
domingo; un maldito domingo en el que no tuvo más lágrimas para llorar y la
sonrisa dejó de ser gratuita. Ese día comprendió que la salud era algo muy
endeble y el azar, caprichoso y selectivo, se la llevó para siempre con la
excusa de una enfermedad súbita e inexplicable que le había tocado en la ruleta
de la vida.
Una enfermera con gesto serio, uniformada
completamente de blanco, apareció tras la puerta del despacho y por un momento
todos los presentes en la sala desearon que pronunciara sus nombres. Era su
turno y así se lo hizo saber con una mirada y un gesto que lo invitaba a
entrar.
Un informe radiológico con
terminología médica y una conversación con el doctor más tarde fueron
suficientes para confirmar que su futuro no superaría los seis meses. Y recordó
el azar, jugando a la lotería con su vida; comprobando de manera cruel que
había apostado al mismo número que su amada compañera, tan solo separado por
unos años de distancia. Y se imaginó más joven, sentado frente a una playa al
atardecer, empezando de cero sin temor a lo que pudiera ocurrir. Esperando una
oportunidad; esperando a que ella viniera y lo encontrara… para seguir
perdiendo el tiempo.
5 comentarios al respecto...:
En 6 meses puede hacer muchas cosas, entre otras ¡¡¡LUCHAR y DISFRUTAR!!!. La muerte es una parte inevitable en nuestras vidas, tenemos que asimilarlo y concienciarnos, y lo que tenemos que hacer mientras no llega es.... VIVIR Y SENTIRNOS VIVOS. Incluso con la enfermedad, somos capaces (si queremos) de disfrutar de esas pequeñas cosas de la vida, esos fragmentos de felicidad, esos buenos momentos, una sonrisa de una persona enferma es el mejor regalo.... recomiendo el libro de Rafael Santandreu, "El Arte de No Amargarse la Vida" (Una pena no haberlo descubierto antes). Pone como ejemplos las vidas de Christopher Reeve y Stephen Hawking, seres humanos extraordinarios y con una gran fuerza interior.
Si caemos enfermos, reajustemos nuestras vidas para poder ser felices el tiempo que nos quede.
Un beso
Por cierto, y me ha encantado el cuentecillo. Me cuesta mucho creer que hay algo después de esta vida pero... siempre es bueno tener ilusión y pensar que, de alguna manera, nos reencontraremos con esas personas a las que quisimos tanto y ya no están con nosotros.
Un abrazo
Agradezco tu punto de vista tan positivo. Siempre es agradable leer una opinión llena de optimismo ante un tema tan espinoso como el de una enfermedad terminal. Tratemos de disfrutar, pues, de esos pequeños fragmentos de felicidad a los que te refieres y que en la actualidad se venden tan caros.
Gracias por tu recomendación literaria y me alegro mucho de que te haya gustado este relato.
Un saludo
Pues yo me pongo en el lugar del protagonista y sinceramente creo lo mismo que él.
Pienso que en su caso la ruleta de la vida y el azar han "jugado a negro" y han ganado. Además por partida doble... Menuda suerte.
Da igual lo positivo que quieras o puedas ser. Has perdido.
¿Que queda? Disfrutar del "tiempo" que te queda y esperar lo inevitable. NO HAY MÁS.
Quizás en la "otra vida" (si es que la hay) pueda "empezar con ella de cero y sin temor a lo que pueda ocurrir".
Mi canción para este relato: "LOTUS" de Jalan Jalan.
www.youtube.com/watch?v=4Z2rzEgiOa8
Un saludo.
Es un punto de vista muy respetable y diferente al de los otros comentarios. Estoy de acuerdo contigo en que la vida te puede premiar o castigar de muchas maneras, pero en este caso el destino ha sido cruel. La sensación de derrota está más que justificada. La clave radica en lo que haga a partir de ahora con la (poca) vida que le queda... Cada uno de nosotros reaccionaríamos de manera diferente.
Gracias por el comentario y la música. Un abrazo!
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