Resulta
curioso que tu mente tenga tiempo para pensar y reflexionar en mitad de un
ejercicio físico. Esto es lo que me sucede cuando clavo mi mirada en la
interminable línea azul del fondo de la piscina, cada vez que me atrevo a
perpetrar un par de kilómetros de natación. Alrededor de una hora en la que,
imbuido en un medio nada hostil (pues al fin y al cabo nos pasamos nuestros
“primeros nueve meses de vida” flotando en líquido amniótico) te sumerges en tus
propios pensamientos, contando largos y brazadas con la ayuda de unos tapones
que protegen del agua a los oídos pero también te proporcionan un silencio en
el que salen a flote ideas, temas y recuerdos.
De
repente, preocupado por acompasar tu respiración y optimizar tus movimientos de
crol, te asalta la duda de un futuro lejano pero cada vez más preocupante: ¿me
espera en la vejez un escenario en el que el olvido y la demencia sean los
dueños de mi pensamiento? Reconozco que es una osadía afirmar, en los tiempos
que corren, que uno va a llegar a viejo… Pero imagino que será el deseo común
de todo aquel que tenga cierto aprecio por su existencia y anhele disfrutar de
su limitada estancia en esta porción del Universo en la que nos ha tocado
vivir. De cualquier manera, una vez dado por hecho que podremos alcanzar la
senilidad, la cuestión previamente mencionada surge de manera repetitiva cada
cierto tiempo en mi cerebro, todavía capacitado para plantearse ésta y otras
muchas dudas que nos asaltan a diario.
Un
escenario vital dominado por las dudas, la frustración y la pérdida progresiva
de memoria, sobre todo para hechos recientes, así como de la capacidad de
orientación y de reconocimiento de fotos, rostros... El entorno se volverá
hostil, rodeado por potenciales desconocidos y laberintos insalvables para llegar
a algún lugar al que antes hubieras accedido casi con los ojos cerrados. El
déficit del lenguaje complicará todavía más la manera de comunicarse con la
familia, los amigos… Una familia que un buen día será la primera en darse
cuenta, por razones de proximidad, de que ya no tiene delante al que fue toda
su vida, sino que ahora contempla a un sucedáneo del original: un nuevo
personaje, bastante diferente al anterior, que ahora también verá casi como
extraños a esposo/a, hijos y demás “figurantes”, los cuales ahora interactúan
con su existencia.
Y
siempre me asaltan dos preguntas cuando reflexiono sobre este tema flotando en
esa bañera de 25 metros de largo: ¿a dónde se irá todo el conocimiento, la
capacidad intelectual y la sabiduría que has ido atesorando a lo largo de tu
vida? ¿Y el amor que sientes y has sentido por tus seres queridos, a los que
ahora apenas reconoces salvo en fotografías datadas décadas atrás? Me resulta
decepcionante caer en la cuenta de que todo lo que has sido capaz de aprender,
tus habilidades, tu bagaje intelectual, se escurran por el sumidero de la
demencia antes de que la muerte lo haga inevitable. Pero me niego a asimilar
que, una vez instaurada esa patología que engulle recuerdos y tritura la
memoria, todo el amor que un día sentiste por tu familia desaparezca como por
arte de magia. Prefiero pensar que se oculta en un recoveco de nuestras
circunvoluciones cerebrales, asustado por la confusión con la que ahora tiene
que lidiar a diario.
Todo
esto no hace sino justificar de alguna manera mi afición por escribir las
tonterías que a veces asaltan mis pensamientos, acompañando al insomnio
habitual. Al menos sabré que hubo un día en el que plasmaba en un papel las
cuatro palabras que tenía preparadas para dar mi opinión acerca de distintos
temas. Y que uno de mis preferidos era el amor y todo lo que rodea a una
relación sentimental… por si algún día perdiese esa capacidad para reconocer y
seguir amando a las personas que más quiero.
4 comentarios al respecto...:
Ghandi vive como si fueras a morir mañana. Aprende como si fueras a vivir siempre
Totalmente de acuerdo con tu comentario... Por desgracia, sí podemos morirnos mañana, pero no se puede vivir siempre.
Gracias por tu aportación. Un saludo!
Siempre he pensado, que cuando desaparecemos de este mundo, lo mejor que podemos llevarnos son nuestros recuerdos y vivencias; el amor de nuestros seres queridos, y el deseo de que hayamos dejado huella en todo y todos aquellos que se hayan cruzado con nosotros...
Creo que esto es lo que se llama, "LA EXPERIENCIA HUMANA"...
Así se titula la canción de Thomas Bergersen que he elegido para este relato.
https://www.youtube.com/watch?v=kyY_k1uZV0s
Un abrazo.
Quizás lo más importante no sea lo que nosotros nos llevamos, sino el legado y el recuerdo que dejamos en los que nos añorarán. Por eso debe ser tan complicado asumir con impotencia que tus recuerdos y tus familiares, tus amigos, etc. ya dejen de existir en tu memoria cuando se instaura esta enfermedad...
Gracias por el comentario.
Un abrazo
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