A. Rodin (1840-1917): "El beso" Museo Rodin. Paris |
Se había levantado más tarde de
lo habitual. Antes de abandonar el hotel, disfrutó de una cálida ducha y un
desayuno saludable, que no hicieron otra cosa que reforzar su intención en esa
mañana de vender simpatía y buen humor por el precio de una sonrisa. Mientras
se colocaba la bufanda y ajustaba unos guantes del color de sus zapatos,
sintonizó la emisora de la felicidad en el dial de sus sentimientos y se
dispuso a disfrutar de una jornada que, según sus presagios, tenía pinta de
convertirse en una fecha que recordaría durante mucho tiempo.
Tomó un taxi que lo llevaría al
aeropuerto. Su vuelo llegaba con retraso, pero qué suponían tres horas más
después de haber esperado casi un año para verla de nuevo. Durante el trayecto,
con la música de U2 sonando de fondo en la radio, recordó cómo la había
conocido, durante su último año en la facultad. Solían coincidir en la biblioteca
que ambos frecuentaban para estudiar, aunque sus carreras universitarias no
tuvieran nada que ver en absoluto. Tras un inicio dubitativo, muy alejado del
sobrevalorado amor-a-simple-vista, se
convirtieron en imprescindibles el uno para el otro. Así
como el día y la noche, la luz y la oscuridad se necesitan para definirse y
existir como tal, ellos no podían definirse ni existir sin su complemento. Y
recordó una frase que solía decirle y que, a base de repetirla, pervivió en su
mente durante mucho tiempo: que ella le había robado su
corazón y lo había encerrado en una habitación llena de sonrisas, para después tirar
la llave en el océano de su mirada. Habían pasado ya cinco años, pero hoy
revivía de nuevo esa sensación del amor fresco e inocente que se experimenta en
los primeros meses de una relación, con una mueca de felicidad pintada en la
cara.
Descendió del
coche y sintió en la cara el calorcillo de ese tímido sol de invierno que pide
permiso a las nubes para desperezarse. Antes de acceder a la terminal de
llegadas, miró impaciente el reloj. Cada vez quedaba menos para celebrar la
Fiesta Nacional en su casa, porque ella llegaría para iluminar esa tarde de
Enero con su sonrisa, para dejar que la abrazase y por un momento sentir que
había ganado la batalla a la soledad, para colorear un tiempo que sin ella solo
aparecía en blanco y negro, para… El anuncio de la llegada del vuelo aceleró su
corazón y tuvo que respirar hondo para calmar al manojo de nervios en el que,
por momentos, se estaba convirtiendo.
El tiempo se
ralentizó de manera insoportable hasta que ella apareció tras la puerta de la
zona de equipajes, buscándolo entre la muchedumbre nerviosa que se arremolinaba
a la espera de sus seres queridos. Al verla, comprendió de inmediato el motivo
por el que habían valido la pena esos once meses de espera, los días de
aburrimiento, las horas pensando en su manera de ser, dulce y atractiva y
bastantes segundos de desesperación y frustrante soledad.
Se fundieron en
un abrazo y un beso cuya onda expansiva hubiera podido hacer temblar los cristales
del edificio. No hicieron falta palabras; con sus respectivas miradas, una
caricia desprendida de una mano temblorosa y como respuesta, la cabeza
inclinada sobre su hombro, estaba todo
dicho.
1 comentarios al respecto...:
Que sensaciones mas intensas se viven cuando vas a ver a alguien con la que tienes un lazo AMOROSO/afectivo después de que haya pasado un tiempo.
Me pongo en la piel del protagonista de este relato y puedo asegurar que yo estaría como un flan chino.(Bueno... es que son más blandengues que los normales).
La ilusión, la emoción, la incertidumbre de como será el reencuentro... Sensaciones todas ellas, que hacen que te sientas muy vivo y por que no decirlo, afortunado de poder vivirlas. Al menos a mi me lo parece ya que creo que son sentimientos que forman parte de la esencia de nuestra vida.
La canción de U2 que sonaba en el trayecto hacia el aeropuerto era: "All I Want is You", mi canción para este relato.
http://www.youtube.com/watch?v=AHkXm3b7pEM
Un saludo.
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