En la sala de reuniones se respiraba aquella tarde un ambiente extraño.
En un par de horas se iba a convocar una Junta de Accionistas Extraordinaria,
que entre otros asuntos daría cabida a la solicitud para llevar a cabo una -no
muy remota- suspensión de pagos en la empresa. La progresiva recesión y el
descenso en la demanda, con la pérdida consecuente de beneficios, hacía pensar
en un futuro en el que la quiebra ya se contemplaba como única alternativa.
Los tres accionistas mayoritarios, propietarios del negocio desde su
fundación hacía muchísimos años, se afanaban por transmitir una falsa sensación
de seguridad. Garabateando extraños dibujos y frases inconexas sobre los
papeles que tenían delante, se removían nerviosos en sus sillas. Finalmente, M.
exclamó preocupado:
—No podemos presentarnos hoy en
la Junta con las manos vacías y sin aportar alguna solución. Sería nuestro
final…
G., el más sensato de los tres, replicó con la mirada perdida:
—Lo peor de todo es que algunos
ya han empezado a sospechar que les estamos engañando; imagino que querrán
traspasar la empresa a manos seguras. A sus padres, por ejemplo…
—¡No lo permitiremos! -gritó
B. incorporándose de un salto y desparramando por el suelo el enorme saco de
caramelos que tenía a su lado-
—¿Y cómo vamos a evitarlo?
-inquirió M.- Si nos hemos quedado sin stock y ya no disponemos de activo. Os recuerdo
que ha habido que vender todos los juguetes para pagar a nuestros proveedores
chinos. Además, los bancos ya no se creen nuestras promesas y nos advirtieron
que el crédito del año pasado sería el último…
G. tomó de nuevo la palabra, pero esta vez una sonrisa malévola iluminó
su rostro, rematado por una espesa barba gris:
—Señores, ¡tengo una idea! Esta
noche iremos a los almacenes centrales de nuestra empresa rival, Santa Noel, S.
L. Despistar a los elfos vigilantes será pan comido. Le vamos a robar a ese
gordo de nariz colorada todo el material que contienen sus naves. Habremos
salvado la temporada y, en aras del Espíritu Navideño, nadie podrá culparnos
del robo. ¡Y menos a nosotros tres!
M. y B. permanecieron pensativos durante un instante:
—Está bien -concluyó B.- Es la única opción que nos queda. El único
problema va a ser pasar desapercibidos. La corona, los pajes y los camellos son
un poco difíciles de camuflar…
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