He vuelto a oírlo. Lo oigo a
diario y no puedo disimular ni soy capaz de ignorarlo. Mi cabeza insiste en
recordarme a todas horas que tengo que huir. Escapar de esta humillación,
marcharme al extranjero del mundo, a los confines del universo, a una distancia
desde la que este planeta no sea suficientemente grande. Huir de la falsedad
que me rodea, para poder borrar la sonrisa de payaso que he pintado con tinta
indeleble en mi cara. Las frases resuenan cada vez con mayor intensidad y estoy
empezando a planear la fuga de mi propia existencia.
Es un pensamiento que habita en
el interior de este cerebro que me ha tocado en la tómbola de la vida, pero…
qué difícil resulta hacerle caso a tu conciencia y llevarlo a cabo. Quisiera
tener valor suficiente para encontrar el letrero de “salida”; correr sin mirar
atrás hasta que los pies ensangrentados manchen de rojo la carretera. Llegar a
ninguna parte y encontrarme conmigo mismo, para comenzar de nuevo, definiendo
mi mundo de otra manera: aquella en la que no tenga que doblegarme ante el
dominio de la mentira y en la que la hipocresía no sea moneda de cambio
habitual. Podría conseguirlo, pero algo me dice que ya es demasiado tarde… El
miedo se ha acomodado en mi sala de estar y ya ni los sueños son capaces de
asustarlo.
Tendré que seguir esperando una
oportunidad para abandonarlo todo. Abandonar mi cobardía, decapitar a mis
engaños y defenestrar esta vida de cartón piedra en la que ya ni siquiera los
personajes principales se creen su papel. Mi maleta tendrá cabida solamente
para una sonrisa, dos verdades y un puñado de decisiones correctas. Me llevaré
también la receta para ser coherente con mis actos y alguna chispa de
confianza. Y pienso dejar en un rincón la sombra de ese pasado que tanto llama
a la puerta, porque en el lugar al que quiero llegar no necesito recuerdos de
los que cuelguen las cadenas de grandes errores.
Ese momento llegará tarde o
temprano. Me iré sin despedidas y sin previo aviso. Huyendo de esta maraña de
comentarios y de miradas despectivas. Huyendo de ti, que has conseguido que no
pueda respirar ni un minuto el aire de la verdad que un día inundaba mi tiempo.
Huyendo incluso de mí mismo: un ser extraño al que, a base de disfrazarse, ya
no conozco.
Solo me queda trazar la ruta que
me lleve a encontrar algo de felicidad y bienestar. Tengo todo a mi favor: mi
corazón conoce el camino…
3 comentarios al respecto...:
¡¡No huyas!!. ¡¡Quédate y pelea por lo que quieres!! ;).
"Huir es de cobardes" "Las ratas son las primeras en abandonar el barco", etc. Hay mil frases al respecto y lo cierto es que debemos afrontar los problemas y las pruebas a las que nos somete la vida a diario. La única duda es si en realidad estás buscando huir o lo que quieres es salvarte, como apuntó un amigo.
Muchas gracias por asomarte a este blog y por tu comentario.
Saludos!!
Huir no es de cobardes siempre y cuando tengas un buen motivo para hacerlo.
A veces una retirada o un abandono a tiempo es la mejor solución (para ambas partes).
Cuando en tu vida las opciones que tienes son "o blanco o negro" (porque a veces es así) no puedes buscar un termino medio, las soluciones drásticas son tu única opción.
Lo que sucede es que esa decisión drástica nunca es fácil de tomar.
Llevarla a cabo es un ejercicio de mucho valor y convencimiento y si en esa decisión se ven implicadas segundas personas...
Comprendo a nuestro protagonista, ¡de verdad!...
Sólo espero y deseo que cuando "llegue ese momento" encuentre "algo de felicidad y bienestar". Todos nos lo merecemos.
Mi canción para este relato: "Untitled 3" de Sigur Rós.
www.youtube.com/watch?v=UeuvegBZFuM
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