20 de marzo de 2012

AMOR CIEGO

Casimiro supo desde pequeño que su vida no iba a ser fácil. Vino al mundo antes de lo esperado, con una etiqueta de “bebé prematuro” que lo acompañó hasta bien entrada la adolescencia. Por si esto no fuera suficiente, durante los siete días dentro de aquella incubadora un exceso en la concentración de oxígeno tuvo la culpa de que nunca pudiera ver el mundo con sus colores y su apariencia real. Lo del nombre fue una cruel broma del destino apoyada en una tradición familiar que su padre se empeñó en respetar… a pesar de tener todas las papeletas para futuras burlas de las que fue objeto. De todos modos, su ceguera nunca resultó un obstáculo para sus relaciones y jamás supuso para él el menor de los inconvenientes, en un mundo sin luz al que apenas podía acceder con su imaginación y la ayuda del resto de los sentidos.
Desconozco el motivo, pero Casimiro desarrolló un olfato muy superior al que poseía el resto de la gente. Quizá como compensación a su incapacidad para percibir imágenes, quizá un regalo de la genética o su afán por superar adversidades y derrochar optimismo. Lo cierto es que ningún otro sentido destacaba tanto como esa nariz que clasificaba olores, indexaba aromas e identificaba paisajes, situaciones y personas con la simple presencia de unas cuantas partículas alojadas en su interior. Aprendió así que cada lugar tenía su olor característico; incluso se guiaba por esos parámetros a la hora de localizar calles y tiendas. Del mismo modo, amigos y familiares estaban perfectamente registrados, olor tras olor, en una amplia zona de su cerebro.
Ocurrió una tarde, a la salida de su trabajo en la biblioteca. Un ascensor a punto de cerrarse y alguien con prisa accediendo a su interior, saludando educadamente con un “buenas tardes” que sonó fresco y juvenil. Fue un enamoramiento “a primera vista”. El olor suave, dulce y floral de aquella mujer inundó sus fosas nasales, transportándolo por momentos a un entorno de felicidad y bienestar desconocido para sus sentidos. El casual encuentro se repitió en los días posteriores y su simpatía y tenacidad convirtieron a esa desconocida en su esposa al cabo de pocos meses. Hoy en día él sigue pensando, con dos narices, que ese olfato privilegiado fue decisivo en su “cita a ciegas”. Y que las curvas más bonitas de su mujer se encuentran en su sonrisa…

17 de marzo de 2012

DEMENCIA


Resulta curioso que tu mente tenga tiempo para pensar y reflexionar en mitad de un ejercicio físico. Esto es lo que me sucede cuando clavo mi mirada en la interminable línea azul del fondo de la piscina, cada vez que me atrevo a perpetrar un par de kilómetros de natación. Alrededor de una hora en la que, imbuido en un medio nada hostil (pues al fin y al cabo nos pasamos nuestros “primeros nueve meses de vida” flotando en líquido amniótico) te sumerges en tus propios pensamientos, contando largos y brazadas con la ayuda de unos tapones que protegen del agua a los oídos pero también te proporcionan un silencio en el que salen a flote ideas, temas y recuerdos.
De repente, preocupado por acompasar tu respiración y optimizar tus movimientos de crol, te asalta la duda de un futuro lejano pero cada vez más preocupante: ¿me espera en la vejez un escenario en el que el olvido y la demencia sean los dueños de mi pensamiento? Reconozco que es una osadía afirmar, en los tiempos que corren, que uno va a llegar a viejo… Pero imagino que será el deseo común de todo aquel que tenga cierto aprecio por su existencia y anhele disfrutar de su limitada estancia en esta porción del Universo en la que nos ha tocado vivir. De cualquier manera, una vez dado por hecho que podremos alcanzar la senilidad, la cuestión previamente mencionada surge de manera repetitiva cada cierto tiempo en mi cerebro, todavía capacitado para plantearse ésta y otras muchas dudas que nos asaltan a diario.
Un escenario vital dominado por las dudas, la frustración y la pérdida progresiva de memoria, sobre todo para hechos recientes, así como de la capacidad de orientación y de reconocimiento de fotos, rostros... El entorno se volverá hostil, rodeado por potenciales desconocidos y laberintos insalvables para llegar a algún lugar al que antes hubieras accedido casi con los ojos cerrados. El déficit del lenguaje complicará todavía más la manera de comunicarse con la familia, los amigos… Una familia que un buen día será la primera en darse cuenta, por razones de proximidad, de que ya no tiene delante al que fue toda su vida, sino que ahora contempla a un sucedáneo del original: un nuevo personaje, bastante diferente al anterior, que ahora también verá casi como extraños a esposo/a, hijos y demás “figurantes”, los cuales ahora interactúan con su existencia.
Y siempre me asaltan dos preguntas cuando reflexiono sobre este tema flotando en esa bañera de 25 metros de largo: ¿a dónde se irá todo el conocimiento, la capacidad intelectual y la sabiduría que has ido atesorando a lo largo de tu vida? ¿Y el amor que sientes y has sentido por tus seres queridos, a los que ahora apenas reconoces salvo en fotografías datadas décadas atrás? Me resulta decepcionante caer en la cuenta de que todo lo que has sido capaz de aprender, tus habilidades, tu bagaje intelectual, se escurran por el sumidero de la demencia antes de que la muerte lo haga inevitable. Pero me niego a asimilar que, una vez instaurada esa patología que engulle recuerdos y tritura la memoria, todo el amor que un día sentiste por tu familia desaparezca como por arte de magia. Prefiero pensar que se oculta en un recoveco de nuestras circunvoluciones cerebrales, asustado por la confusión con la que ahora tiene que lidiar a diario.
Todo esto no hace sino justificar de alguna manera mi afición por escribir las tonterías que a veces asaltan mis pensamientos, acompañando al insomnio habitual. Al menos sabré que hubo un día en el que plasmaba en un papel las cuatro palabras que tenía preparadas para dar mi opinión acerca de distintos temas. Y que uno de mis preferidos era el amor y todo lo que rodea a una relación sentimental… por si algún día perdiese esa capacidad para reconocer y seguir amando a las personas que más quiero.

15 de marzo de 2012

BESOS


Pablo R. Picasso: "El beso" 1925.
 Óleo sobre tela. Museo Picasso. París
Frente a frente. Dos caras aproximando su posición en el espacio, muy despacio, hasta que el propio espacio entre ellas se colapsa y dos narices colisionan como antesala a la explosiva unión de unos labios que buscan anhelantes a los que viajan, desbocados, en sentido contrario. Qué sinsentido, dos apéndices prominentes, actores secundarios en la película del beso, que comparten el honor de ser los que inician el contacto, los que avisan del inminente caos hormonal, cuando esos rostros ciegos de luz y de pasión acercan su boca guiados únicamente por el caluroso susurro de frases entrecortadas.
Un olor perfumado y sensual puede desencadenar la batalla; las narices advierten al cerebro, a través del olfato, de que el viaje sin retorno incrementa su velocidad. Y ambas narices se palpan, se rozan, se superponen, luchando a sabiendas de que su fugaz contacto es un simple cartel indicativo, un aperitivo infinitesimal que culmina un segundo más tarde y dos centímetros más abajo con una húmeda fusión a mil grados en la que labios y lenguas se entrecruzan, aparentando un todo que por momentos quisiera ser eterno.

Pablo R. Picasso: "El beso" 1969.
 Óleo sobre lienzo. Museo Picasso. París
A partir de ese instante el protagonismo nasal se torna de nuevo imprescindible, por ser el único modo, a su través, de mantener viva y presente la respiración que un momento antes parecía ahogarse, creyendo de alguna manera que se iba a desvanecer. Y esas narices respiran, jadean, calentando un aire ya de por sí incendiado de caricias y deseo. Y desean volver a contactar, consiguiéndolo, aplastadas por una amalgama de dos rostros de los que se han caído, rendidas, unas gafas.
Cuando ese cortometraje tan largo llega a su fin, queda la nariz como testigo último del maravilloso abordaje, resistiéndose a abandonar el barco, actuando ahora a modo de caricia, de toque final de complicidad. Como si una cara se rebelase, anclada de modo nasal, negándose a perder el contacto con la otra. La cabeza se retira, marcha atrás, tratando de imponer la orden general de “vuelta a la calma”
Dos narices enfrentadas, durante el tiempo de un parpadeo. Una simple nariz: la tenemos en medio de los ojos, pero es poco visible a no ser que se busque frente a un espejo. Resulta curioso que uno sea más consciente de su propia existencia durante un beso; un bello acto que se lleva a cabo, sobre todo, con la boca…   

13 de marzo de 2012

FRESH GUACAMOLE BY PES

Una receta original, sorprendente y divertida de guacamole. Adam Pesapane, alias PES, ilustrador, animador, creador, escultor... es el autor de este original vídeo que convierte objetos cotidianos en ingredientes para un guacamole diferente y maravilloso.
En el mes de abril de 2011 colgué en este blog (En el fondo del mar) otro vídeo de este mismo autor, titulado The Deep. Si os gustan este tipo de historias en stop-motion, podéis descubrir más vídeos de este original animador en su canal en Youtube. Aquí os facilito el enlace: http://www.youtube.com/user/PESfilm?feature=watch  


 

10 de marzo de 2012

SIN PALABRAS


En silencio. Así se me quedé esta tarde cuando, armada con tus mejores reproches y lanzando ráfagas de excusas, me comentaste que ya no podías más. Que ibas a derogar las leyes del cariño y a finiquitar nuestra tregua de convivencia, exigiéndome que me fuera de casa porque ya no disponías de más lágrimas para humedecer esos ojos. Con un par de narices, escarbando en mis miedos y empleando frases que se clavaban en mi orgullo como dagas afiladas; contundente, huraña, sin doblegarte a mi solicitud de clemencia ante la avalancha de odio que sepultaba cualquier atisbo de esperanza.
Un silencio apagado, espeso, cobarde. Con una mirada delatora, perdida entre las manchas de la alfombra, manteniendo la barbilla atada al pecho. Y pensando que, después de analizar tus motivos y de sintetizar tus razones, no tengo dos narices para contestarte en tres palabras lo que me llevaría un segundo afirmar, que no es otra cosa que “todavía te quiero”.
Te has ido, dejando tras de ti el sonido agresivo de un portazo que ha hecho tambalear los cimientos de mi vida sentimental. Y aquí estoy, con un palmo de narices, bebiendo mi soledad a la espera de que vuelvas… intentando averiguar si tendré narices para romper mi silencio y seguir a tu lado.      

3 de marzo de 2012

TORPEZA


Seguía recordando de manera intensa los quince minutos de conversación que habían mantenido un par de días atrás, a la hora del café. Cara a cara, tan cerca pero al mismo tiempo tan alejados, hipnotizado por el suave olor de su perfume, mientras la imaginación profanaba situaciones, lugares e imágenes en las que ella era la protagonista principal. Entre sorbo y sorbo de un café que le supo más dulce que de costumbre, tuvo que hacer grandes esfuerzos para disimular una involuntaria aunque delatadora falta de atención hacia sus frases y el contenido de la conversación; tratando de domesticar su timidez, su papel se limitó a asentir como un idiota, mientras un silencio atronador se hacía dueño de sus oídos y el resto de los sentidos se veía abocado a la catástrofe más absoluta, luchando en vano para no abalanzarse sobre su boca. Aturdido, cegado como una polilla por la luz de su sonrisa y atraído por esos labios que, cual agujero negro que con su infinita fuerza gravitatoria absorbe todo lo que lo rodea, no hacían otra cosa que engullir materia a su alrededor.
Se había quedado con frases aisladas, inconexas, que surgían como islotes en un océano de perplejidad: “…me parece fantástica tu opinión…”, “…tú sí que sabes hacerme reír…”, “…un día lo discutimos cenando…” Apostaría su orgullo a que ella no era consciente de la tragedia que desencadenaba en sus funciones metabólicas cuando le rozaba de manera inconsciente con la mano. Atrayendo a su cuerpo, que tendía a inclinarse haciendo saltar las alarmas de colisión, como si su carga positiva quisiera anularse con su negatividad, evidenciada tras caer en la cuenta de que, posiblemente, todo eso fuera solo producto de su imaginación.
Tras ese cuarto de hora que mantuvo su taquicardia durante hora y cuarto, la charla fue aminorando su velocidad y no tuvo suficiente aplomo ni capacidad de reacción para obtener de aquel encuentro la promesa de que volverían a verse en breve. Mendigando una cita en el imaginario País de la Felicidad, suplicando entre susurros inaudibles un encuentro furtivo, ofertando en su mente la puja más alta para apoderarse de su corazón… Intentos fallidos, cobardes y desesperados, por hacer que entendiera el hecho de que, cuando se acercaba a él, dejaba de ser alguien coherente; un animal amaestrado que buscaba su mirada y la recompensa de su compañía.
El tiempo avanzaba, pero a esas alturas ya no supo discernir si muy lento o demasiado rápido; tocaba poner fin a ese apacible diálogo, no sin antes sentir un vacío asfixiante ante el dubitativo momento en el que los ojos de ambos se cruzaron, sosteniendo una mirada mutua, dañina, que pedía a gritos un beso de despedida mientras sus cabezas trataban de acercarse como unidas por un hilo invisible de sensualidad.  Fue ahí donde se puso de relieve toda su torpeza social, que crecía de manera exponencial con el paso de los minutos a su lado: una sonrisa tímida y nerviosa, acompañada de una aséptica y trillada frase del estilo “bueno, ya nos veremos…” que simuló un apagón definitivo en el deslumbrante encuentro ocasional. El contador de revoluciones por minuto de su corazón alcanzó de nuevo la zona de “fuera de peligro” y se despidieron con un frustrante e insípido apretón de manos, únicamente aderezado por la sal de su sonrisa.
Quiso imaginar qué sucedería cuando volviera a verla de nuevo. Por su cabeza atravesó la imagen fugaz de una cena al aire libre en la que, bajo el influjo de una botella de vino, conversaban sonrientes mientras el mundo se paraba a contemplarlos. Ese mismo día realizó una llamada a uno de los restaurantes mejor valorados de la ciudad; reservó una mesa: cena para dos personas. Y se prometió a sí mismo que esa noche, acompañado de aquella belleza de piel morena, dejaría encerrada a su torpeza en el fondo del trastero.     
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